En una ciudad donde las fachadas se caen a pedazos y el polvo convive con la desesperanza, ha florecido —como si nada pasara— una ferretería privada que parece sacada de otro planeta. Se llama La Valía, y está ubicada en pleno Monte, entre las calles Ángeles y Águila, una zona de La Habana Vieja que huele más a abandono que a progreso.
Pero lo curioso no es que haya abierto una tienda. Lo escandaloso es cómo es la tienda: climatizada, limpia, inmensa, y con anaqueles llenos de productos importados, desde herramientas de plomería hasta electrodomésticos de alta gama, muebles relucientes y hasta cosméticos de marcas asiáticas que nadie sabe pronunciar.
Precios de otro universo
Ahora, si uno mira los precios, ahí sí que se entiende todo: una lavadora a 65 mil pesos cubanos, un televisor que cuesta más de 150 mil y un simple ventilador industrial que roza el medio millón. ¿Y qué me dices de una linternita recargable por 36 mil pesos? El cargador de celular más barato cuesta 10 mil, y una llave de lavamanos te puede tumbar 1,800 del bolsillo. Todo esto en un país donde el salario promedio es, con suerte, de 5,800 CUP.
Con estos números, no hay que ser economista para darse cuenta: esta tienda no está pensada para el cubano de a pie, sino para un mercado paralelo de élites privilegiadas, militares en guayabera y nuevos ricos con conexiones “de arriba”.
¿Y quién está detrás del negocio? Silencio total
Como es costumbre en estos tiempos turbios de las “mipymes”, nadie sabe con certeza quién es el dueño de La Valía. No aparece en el registro oficial del Ministerio de Economía y Planificación, no tiene página web ni información legal visible. Solo una página en Facebook y un grupo de WhatsApp donde se promociona como tienda minorista. Aunque, durante su construcción, se vendió como negocio mayorista. Cambian el cuento según les convenga.
Pero lo que sí notaron los vecinos fue la velocidad con que se remodeló el lugar. Mientras la ciudad entera se desmorona, este local se levantó como por arte de magia, con recursos que parecen haber salido de otro mundo, y bajo una eficiencia que ni los hospitales públicos conocen.
Una vitrina de desigualdad en medio del hambre
La transformación del local, que antes era puro escombro, ha generado no solo curiosidad, sino también suspicacia. En un país donde la mayoría vive sobreviviendo con una libreta de racionamiento cada vez más vacía, ver un juego de comedor en venta por 152 mil pesos es como una cachetada en cámara lenta.
Y para colmo, cuando se compara con los ingresos reales, la distancia es brutal. El salario mínimo es de apenas 2,100 CUP. Las pensiones, muchas ni llegan a 1,800. Y hasta en La Habana, donde se reportan los ingresos más “altos”, el promedio ronda los 6,400. Todo esto mientras el dólar, en el mercado informal, ya pasó los 378 pesos.
Así que, ¿quién compra en La Valía? ¿Con qué dinero? ¿Para quién es este paraíso del consumo? Porque está claro que para el cubano común no es.
La Cuba de dos mundos
La apertura de esta tienda no es solo una anécdota urbana. Es la muestra más nítida de una Cuba partida en dos: una donde unos pocos tienen acceso a divisas, contactos y privilegios, y otra, la inmensa mayoría, que camina bajo el sol con el bolsillo vacío y la nevera igual.
Mientras el régimen promueve esta imagen de “iniciativa privada” como símbolo de apertura económica, la realidad es que este modelo solo reproduce las mismas desigualdades de siempre, ahora con fachada moderna y aire acondicionado.