El gobierno cubano ha vuelto a sacar músculo punitivo con lo que llama un “juicio ejemplarizante” en la ciudad de Cienfuegos. Esta vez, la víctima de su circo judicial es Noel Bibeaux Muñoz, un ciudadano condenado a ocho años de cárcel por vender dosis de cannabinoides sintéticos, conocidos popularmente como el químico.
La prensa oficial, como siempre al servicio del show, no tardó en aplaudir la sentencia. Radio Ciudad del Mar fue una de las primeras en celebrarlo como una gran victoria contra el narcotráfico, aunque en realidad estamos viendo una cortina de humo tras años de negligencia estatal que dejaron que este fenómeno creciera sin freno.
La historia detrás del castigo
Según los datos difundidos, Bibeaux elaboraba entre 80 y 100 dosis de esta droga sintética a partir de sustancias como Dronabinol y MDMB-4en-PINACA. Luego las vendía desde su casa a 250 pesos cubanos cada una, en pequeños papelitos impregnados con el químico.
El hombre habría viajado a La Habana en 2023 para adquirir un gramo de picadura vegetal ya mezclada con los cannabinoides. Desde entonces, la Dirección Nacional Antidrogas lo tenía en la mira. Lo capturaron tras un operativo en su domicilio, donde supuestamente le ocuparon drogas, 4,600 pesos en efectivo y otros artículos vinculados a la actividad.
Sin embargo, ni la Policía pudo identificar de dónde venía la picadura ni a quiénes se las vendía en Cienfuegos. Una investigación floja para un castigo tan severo.
Mucha condena, poca prevención
Lo que este caso deja claro es que el régimen está más interesado en castigar que en prevenir. La venta de drogas en Cuba, especialmente entre los jóvenes, no es nueva. Durante años, el consumo de sustancias como el “químico” creció a plena luz del día, sin que las autoridades movieran un dedo. No hubo campañas, ni educación, ni asistencia a quienes cayeron en la adicción.
Pero ahora, de pronto, quieren tapar su inacción con sentencias durísimas, como si encarcelar a los eslabones más pequeños de la cadena resolviera algo. Mientras tanto, las causas de fondo siguen ahí: miseria, falta de oportunidades, frustración social y una juventud sin futuro.
Castigo ejemplar para ocultar el desastre
Además de los ocho años tras las rejas, Bibeaux perdió sus derechos políticos, fue despojado de bienes y se le prohibió salir del país. Como si eso no bastara, resaltaron su condición de reincidente para justificar lo desproporcionado de la condena.
La narrativa oficial repite que “en Cuba hay tolerancia cero con las drogas”, pero la verdad es otra: hubo tolerancia, y mucha, hasta que la crisis se les fue de las manos.
Ahora persiguen a los pequeños vendedores, mientras el problema real sigue creciendo por debajo del radar. No se ve por ningún lado una estrategia seria para combatir las adicciones ni se habla de rehabilitación. Solo se impone miedo, castigo y propaganda.
Más condenas, mismas excusas
Este caso no es el único. En mayo pasado, el tribunal sancionó a dos jóvenes con 12 años de prisión por transportar 501 gramos de marihuana y una balanza digital en un ómnibus Transtur con destino a La Habana. Los detuvieron en Contramaestre, durante un chequeo rutinario. Otro golpe de efecto del aparato represivo para mostrar “mano dura”.
Más recientemente, Bibeaux fue arrestado cuando circulaba por la carretera de Mar Verde, en Santiago de Cuba. Llevaba la droga escondida en los genitales, junto a un teléfono Samsung y 2,000 pesos en efectivo. Un episodio casi tragicómico que ilustra hasta dónde llega la desesperación, y también hasta qué punto el régimen ha convertido la miseria en delito.
Un sistema que castiga lo que provocó
El juicio en Cienfuegos es solo una postal más del deterioro estructural de un país sin rumbo. El régimen prefiere mostrar sentencias escandalosas para mantener el miedo, en lugar de enfrentar la raíz del problema con responsabilidad y humanidad.
El narcotráfico creció porque el Estado lo permitió. Y ahora, cuando la bomba explota, se lavan las manos criminalizando a quienes muchas veces no tienen otra opción para sobrevivir.
No es justicia. Es espectáculo político. Y lo peor es que las víctimas seguirán siendo siempre las mismas: los cubanos de a pie.
