Veinticinco años después de haber sido convertido en una especie de «Cristo del castrismo», Elián González vuelve a escena, esta vez no como niño rescatado a punta de fusil en Miami, sino como diputado dócil y rostro fiel del relato oficial, repartiendo nostalgia revolucionaria en el Centro Fidel Castro Ruz. Y como si fuera poco, lo hizo de la mano de su hijita pequeña, para completar el cuadro perfecto que tanto le gusta al régimen.
Allí, bajo el manto del espacio «Con luz propia», soltó sin pena ni pausa que Fidel fue su salvador, su formador, su cuidador… y hasta su dealer personal de casetes con muñequitos. Un cuento redondo, lleno de ternura fingida y coordenadas ideológicas, ideal para seguir alimentando el culto a la figura de un dictador que, según él, se le aparecía hasta para preguntarle por la merienda escolar.
La propaganda fidelista no tiene límites, y Elián es ahora una pieza más de ese teatro mal montado que intenta mantener vivo un mito que cada vez cuela menos.
Ese mismo niño que en 1999 fue centro de un drama internacional, que hizo temblar a medio exilio cubano, hoy se presenta como el hijo obediente del castrismo, con una narrativa tan medida que parece sacada de un guion de la Mesa Redonda. Recuerda a Fidel como si fuera su abuelo dulce, ese que le traía bombones, que le organizaba los juegos, que se sentaba a hablar de proteínas en el potaje. Todo muy tierno, todo muy útil… para el aparato político que lo convirtió en estandarte a los seis años.
Y claro, lo cuenta con tanto cariño que uno casi olvida que fue una infancia bajo vigilancia, cuidadosamente dirigida por un Estado que lo convirtió en símbolo antes que en persona. Según él, su regreso fue “perfecto”: sin cámaras, sin prensa, con la misma aula, la misma maestra, los mismos amiguitos. Una escenografía montada para que todo luciera normal, aunque todos sabemos que esa supuesta normalidad estaba bajo control absoluto del Gran Guionista en Jefe.
Los recuerdos de Elián están pulidos al detalle: Fidel “esperando con delicadeza” para conocerlo, saludando “¡Firme!” cuando el hermanito se lo ordenó, organizando clases de pintura como si fuera un abuelo con tiempo libre… Solo que ese abuelo era también quien gobernaba un país a golpe de represión y censura.
Pero el adoctrinamiento no se detiene en su historia. Ahora, con su hija de cuatro años, Elián ha empezado a sembrar el mismo cuento, mostrándole fotos del Comandante, diciéndole que es “como un abuelo” y preparando el terreno para que el mito se siga reproduciendo en las generaciones que vienen. Todo en nombre del amor, claro, pero bien acomodado al libreto oficial.
«Cuando lo ve en una foto, ya lo reconoce», dijo orgulloso. Y uno se pregunta si de verdad cree en lo que dice, o si simplemente no puede escapar del personaje que le escribieron cuando era un niño. Porque mientras el país se desmorona entre apagones, hambre y colas infinitas, Elián se aferra a un discurso que parece vivir en una burbuja paralela, lejos del dolor real del cubano de a pie.
En su intervención dejó claro que su lealtad no tiene fecha de vencimiento: “Hasta el último momento haré todo para cumplir con Fidel y con Cuba”, afirmó, sellando así su compromiso eterno con la versión oficial, sin grietas, sin matices, sin memoria crítica.
Y así, con traje nuevo y libreta de diputado, el niño que un día fue símbolo volvió a elegir serlo, aunque el precio sea repetir una historia vieja que ya nadie se cree… salvo los que todavía viven del cuento.