La Federación Cubana de Béisbol y Sóftbol acaba de confirmar algo que ya se comentaba en los pasillos del Latino: Germán Mesa será quien dirija la selección nacional en el VI Clásico Mundial de Béisbol de 2026, y de paso, se quedará al mando durante todo el ciclo olímpico hasta 2028.
El anuncio lo hizo Humberto Guevara, jefe técnico de la federación, en una conferencia en el estadio Latinoamericano. Pero la noticia no sorprendió a nadie: Mesa era el preferido de “los de arriba” desde hace rato.
Un símbolo del béisbol… y del sistema
Con 58 años, Germán Mesa tiene un historial que pocos pueden igualar en el diamante. Fue campeón olímpico en Barcelona 92, subcampeón en Sídney 2000 y un ídolo de los Industriales. Además, ha cosechado triunfos como entrenador en Nicaragua, México y Panamá.
Su experiencia como coach en el Clásico de 2023, donde Cuba alcanzó un inesperado cuarto lugar, y en el Premier 12 (con resultados mucho menos brillantes), le dieron puntos para ganarse el cargo. Pero una cosa es ser buen pelotero, y otra muy distinta, ser el puente entre dos mundos divididos por la política.
¿Unificador o emisario del régimen?
Aunque su nombramiento puede sonar lógico sobre el papel, no todos están aplaudiendo. Desde el exilio deportivo, voces cercanas a peloteros en MLB y ligas independientes han dejado saber su incomodidad con la elección. Y no es por falta de respeto a su trayectoria, sino porque lo ven como una ficha más del aparato oficialista.
Mesa no solo es el nuevo mánager. También es vicepresidente de la federación. Es decir, juega con el uniforme y con la libreta del Comité Central bajo el brazo. Y eso, para muchos peloteros que han roto con el sistema, es una barrera difícil de ignorar.
El Clásico Mundial, más que un torneo, es la oportunidad de reunir el talento cubano regado por el mundo. Pero con alguien tan alineado al régimen al mando, ¿quién va a querer regresar? ¿Cómo vas a convencer a un Yordan Álvarez o un Randy Arozarena de vestir la camiseta de un país que los criminalizó por irse?
Un discurso competitivo… pero ¿realista?
Germán Mesa, por su parte, ya empezó a calentar el ambiente con frases de motivación patriótica: “Cada vez que salgo al terreno voy a ganar contra el que sea”, declaró a Prensa Latina. Un mensaje fuerte, pero que suena vacío si no se acompaña de una apertura real hacia los que el régimen llama “desertores”.
El béisbol cubano lleva años estancado, más allá de alguna que otra actuación decorosa. Y no hay fórmula mágica: o se integran los mejores, estén donde estén, o el equipo seguirá siendo una sombra de lo que fue.
Mesa tendrá que lidiar no solo con los bates y las bolas, sino con la diplomacia, los egos, la memoria de muchos jugadores maltratados, y una federación que solo sabe exigir lealtad incondicional.
¿Cambio o más de lo mismo?
El reto está servido. O Germán Mesa logra convertirse en un verdadero líder para todos los peloteros cubanos del planeta, o será simplemente el rostro de un proyecto que nació muerto, otro intento fallido del régimen de controlar hasta el último out.
Porque el béisbol cubano no se salva con consignas ni lealtades políticas. Se salva con talento, con unidad y con libertad. Y de eso último, sabemos bien que en Cuba siempre ha habido déficit.