La Isla de la Juventud, que hasta hace poco presumía de tener un sistema eléctrico independiente y “modelo”, se ha quedado a oscuras. Literal. Desde hace varios días, los pineros están lidiando con apagones de hasta cinco horas mientras las autoridades del sector eléctrico prometen —una vez más— que “en menos de ocho días” todo volverá a la normalidad.
El problema está en que la demanda actual ronda los 28 megawatts, pero solo se está produciendo la mitad. Eso ha obligado a establecer cortes de luz por bloques en zonas como Pueblo Nuevo, La Fe, Chacón, La Reforma y hasta la Universidad, donde la gente ya no aguanta más promesas vacías ni explicaciones técnicas que suenan a lo mismo de siempre.
Los trabajadores eléctricos están en candela, con jornadas extendidas y refuerzos llegados desde Sancti Spíritus y de la Empresa Nacional de Mantenimiento a Grupos Electrógenos. Dicen que lo que falta es terminar el mantenimiento de la Unidad 1, y que ya tienen todos los recursos en la mano. Con eso, aseguran que en menos de una semana el sistema vuelve a su “normalidad”.
Pero en Cuba, esa palabra ya no significa mucho.
La prioridad del régimen no es el pueblo
Aunque el pueblo pinero es quien más sufre con los apagones, el apuro del régimen tiene otro nombre: Cayo Largo del Sur, el polo turístico que depende del mismo sistema eléctrico. Y como los turistas no pueden estar sin aire acondicionado ni mojitos fríos, el gobierno ha metido el acelerador en las reparaciones.
Porque si algo ha dejado claro este capítulo de la novela eléctrica cubana, es que el régimen reacciona rápido… pero solo cuando hay dólares de por medio. El cubano de a pie, mientras tanto, se abanica con cartones, cocina con leña y duerme empapado de sudor.
De “modelo” a apagón total
La Isla de la Juventud había sido vendida como ejemplo de autosuficiencia energética, pero todo ese discurso se desmoronó el pasado 14 de junio, cuando dos unidades generadoras salieron de servicio sin previo aviso. Desde entonces, la oscuridad se volvió rutina.
Ahora, los técnicos van de aquí para allá con piezas, cables y promesas, mientras la gente pinta grafitis en las calles diciendo lo que muchos ya no se atreven a gritar: la paciencia se acabó, y el sistema también.
Y aunque el gobierno sigue con su guión de “trabajamos intensamente para resolver”, la gente sabe que el verdadero problema no es una unidad fuera de servicio, sino un sistema podrido que lleva décadas improvisando con la electricidad, la comida, el agua… y hasta con la esperanza.
