En medio de una crisis alimentaria que no da tregua, el castrismo volvió a extender la mano. Este miércoles llegaron a Cuba casi 470 toneladas de aceite de girasol, cortesía del gobierno ruso, que una vez más se pone el traje de salvador del régimen.
La entrega, que tuvo su escenografía oficial en La Habana, forma parte de la colaboración entre Moscú y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU. Una donación que, aunque viene “envuelta” en buenas intenciones, pone en evidencia la alarmante dependencia de la dictadura cubana para garantizar algo tan básico como el aceite para cocinar.
Según explicó la embajada rusa en su cuenta de Facebook, el cargamento fue gestionado por el Ministerio de Emergencias de Rusia —sí, como si estuviéramos hablando de una zona de guerra— y está dirigido a los sectores más vulnerables: niños, ancianos y todo aquel que no tiene cómo comprar ni una botellita en el mercado en MLC.
En el acto participaron el embajador ruso Víctor Koronelli, el representante del PMA en Cuba, Etienne Labande, y varios funcionarios del régimen, esos mismos que no pisan una cola ni conocen el precio real del arroz en la calle.
“Estoy convencido de que esta ayuda será de gran beneficio para el hermano pueblo cubano”, soltó Koronelli con tono solemne, y como buen diplomático alineado, aprovechó para culpar —una vez más— al embargo estadounidense del desastre que vive la isla. Nada nuevo bajo el sol: siempre es culpa de otro.
Pero lo que no dicen es que esta no es la primera vez que Rusia manda aceite para mantener a flote la despensa del castrismo. Ya en 2023, Moscú había enviado unas 650 toneladas de aceite vegetal. En septiembre de ese mismo año, otras 652 toneladas. Y en 2021, también cayeron con harina de trigo y más aceite, por un millón de dólares. ¿Y el pueblo? Siguiendo con la libreta, los apagones y el “no hay”.
Lo más bochornoso es que esta cadena de donaciones no resuelve el problema, solo lo maquilla. Porque el verdadero drama está en que la producción nacional está por el piso, los almacenes vacíos, y la mayoría de los cubanos no puede ni freír un huevo sin pasar trabajo.
Para el régimen, sin embargo, cada barco ruso es una victoria diplomática. Una excusa más para repetir la cantaleta de que “no estamos solos” y que hay “solidaridad internacional”. Pero la realidad es otra: cada tonelada de ayuda que llega es también una tonelada de soberanía que se pierde.
En abril de este año, el mismo embajador Koronelli dijo que Rusia “rescataría la economía cubana”. Palabras grandes para un sistema que lleva décadas ahogándose solo. La verdad es que Moscú no está regalando por puro amor: se trata de geopolítica, de influencia, de sostener a un aliado fiel aunque en ruinas.
Mientras tanto, el cubano de a pie sigue pendiente de cuándo “le toca” un litro de aceite, si es que llega. Porque en esta película de dependencia y propaganda, el pueblo siempre es el que menos cuenta y el que más padece.
