Desde su trono en el Palacio de la Revolución, Miguel Díaz-Canel volvió a tirar del guion más rancio del castrismo: Cuba es democrática y la culpa siempre es del enemigo. Así lo aseguró en una entrevista concedida al periodista brasileño Breno Altman, difundida por el canal oficialista de YouTube de la Presidencia.
“Lo que se dice de Cuba en redes y prensa extranjera es una distorsión”, soltó el gobernante, como quien intenta apagar un incendio con un cubo de aire. Según él, la “Cuba real” no es la que muestran los videos de apagones, colas interminables y gente huyendo del país, sino una especie de paraíso que solo existe en la mente de quienes viven del poder.
Caso ETECSA: la conexión que solo alcanza para el control
Cuando tocó el tema del tarifazo de ETECSA, ese que sacó a los estudiantes a protestar y a suspender clases, Díaz-Canel no habló de soluciones ni de tarifas justas. No. Habló de manipulación desde el extranjero. Para él, “el enemigo” y los “odiadores” aprovecharon el descontento para manipularlo. Eso sí, no mostró una sola prueba de esas supuestas campañas externas.
Pero cualquiera que haya estado conectado sabe que el malestar vino desde adentro. Los universitarios no necesitan influencia extranjera para darse cuenta de que 1,250 pesos por un paquetico de datos es un atraco a mano armada. Que el internet, lejos de ser una herramienta de desarrollo, es otro método de control estatal.
La “democracia” que solo el régimen entiende
Durante la entrevista, Díaz-Canel no se sonrojó al decir que en Cuba hay participación popular, ignorando convenientemente que no hay partidos opositores legales, la prensa independiente es perseguida y la policía le cae a palos a quien protesta con un cartel.
Y mientras hablaba de unidad y resistencia, la realidad afuera le gritaba otra cosa: apagones eternos, comida desaparecida, inflación galopante y una estampida migratoria sin precedentes. Pero para el oficialismo, todo eso sigue siendo culpa del “imperio”.
Autocrítica con muletas
En un intento por sonar más humano —o quizás para darle un toque “moderno” a su discurso—, Díaz-Canel reconoció que se han cometido errores. Pero, claro, siempre bajo presión, porque no hay espacio para asumir responsabilidad plena. Todo va acompañado de la coletilla favorita: el bloqueo criminal.
Eso sí, soltó algunas verdades: la Tarea Ordenamiento fue un desastre, la agricultura está en ruinas, la corrupción es endémica, el éxodo de profesionales es imparable y el país no puede ni garantizar la canasta básica. Admitió que más del 70% del cuadro básico de medicamentos está desaparecido y que la mortalidad infantil —antes orgullo del régimen— va en picada.
Sobre las escuelas, dijo lo que ya todos sabemos: falta de libros, maestros mal pagados, aulas sin recursos y jóvenes que huyen apenas tienen la oportunidad.
Una receta vieja para un país que se cae a pedazos
A pesar de ese panorama desolador, Díaz-Canel sigue apostando por el mismo modelo que nos trajo hasta aquí: el socialismo “creativo e innovador” que no arregla ni una turbina. Según él, aunque aprieten más el bloqueo, saldremos adelante “con talento y resistencia”.
Pero el pueblo no se traga más ese cuento. Las calles, las redes y las balsas hablan por sí solas. La verdadera Cuba es la que se enfrenta a la escasez, a los apagones, al miedo y al silencio forzado. No la que él maquilla desde el Palacio con luces encendidas y cámaras bien colocadas.
Un discurso que ya no emociona, ni convence
Díaz-Canel volvió a pedir unidad, sacrificio, y amor a la Revolución. Pero lo que se siente en la calle es otra cosa: desgaste, rabia y desesperanza. Su llamado ya no moviliza, porque viene de un sistema que hace décadas dejó de escuchar al pueblo y ahora solo sobrevive con represión, propaganda y pretextos.
La supuesta democracia que pregona es un espejismo sostenido por el miedo y la censura. Mientras tanto, la gente sigue emigrando, protestando en voz baja, y soñando con un país donde decir la verdad no sea un acto de rebeldía.
