En una de sus visitas coreografiadas por los campos de Granma y Camagüey, Miguel Díaz-Canel tuvo que tragarse la soberbia y admitir en voz alta lo que el pueblo sufre en silencio (y en la oscuridad): los apagones interminables que están asfixiando al país.
Desde el policlínico “Ernesto Che Guevara” en Vado del Yeso, municipio Río Cauto, el gobernante soltó con cara de tragedia que sabía que “ayer hubo muchas familias sometidas a más de 20 horas de apagón”. Como si fuera una revelación divina y no la rutina diaria de millones de cubanos que llevan meses cocinando con linternas y sudando a más no poder en madrugadas sin corriente.
Discursos huecos y promesas recicladas
Fiel a su libreto vacío, Díaz-Canel no se ahorró las frases hechas: que si hay que tener fe, que si hay que seguir adelante, que si “la unidad es clave”, que si “trabajando entre todos superamos esto”. Pero la gente en la calle ya no traga. El discurso de resistencia suena cada vez más lejano, porque lo que falta no es voluntad, sino electricidad, alimentos y dignidad.
En Camagüey, donde también hizo acto de presencia, visitó dos centros claves para la deprimida industria alimentaria: la Fábrica de Quesos Taíno, en Guáimaro, y el Complejo Lácteo de Sibanicú. Ambos sobreviven a duras penas, con máquinas apagadas, turnos suspendidos y producción al mínimo por culpa de los apagones constantes. En la planta de Martí, el queso solo se produce si milagrosamente llega la corriente. En Sibanicú, ni hablar: sin leche suficiente y con cortes de luz, la fábrica está prácticamente paralizada.
Del país del queso al país de la escasez
Camagüey, que fue durante años el granero lechero de Cuba, está hoy hundido. De los 92 millones de litros de leche que se producían en 2019, queda apenas la mitad. Y para rematar, más del 15 % de los termos de enfriamiento están fuera de servicio, provocando que se pierda gran parte de la poca leche que aún se recoge. Ante esto, los centros de acopio optan por convertir la leche en queso para no botarla, mientras los camiones y sistemas de frío operan con sobrecostos imposibles de sostener.
La situación no es nueva. Ya en marzo, cuando Díaz-Canel se apareció por el municipio Martí, en Matanzas, la gente le echó en cara los apagones de hasta 32 horas seguidas, una barbaridad que solo puede existir bajo un sistema que lleva más de seis décadas prometiendo “luces largas” mientras el pueblo sigue a oscuras.
De oriente a occidente, el apagón es general
En Pinar del Río, la cosa no pinta mejor. Según la propia Empresa Eléctrica provincial, hay circuitos donde el servicio se interrumpe por más de 30 horas corridas, una violación directa al mínimo de respeto que merece cualquier ser humano. Pero al régimen, mientras no se le vaya la corriente en los ministerios o en sus residencias privilegiadas, parece no importarle.
En una entrevista reciente con el periodista brasileño Breno Altman, el propio Díaz-Canel reconoció que el sistema eléctrico nacional está al borde del colapso, como si fuera una novedad y no una crisis anunciada.
Una crisis que no da tregua
Este 20 de junio, Cuba amanece sumida en otra jornada de emergencia energética. La Unión Eléctrica calcula una demanda de 3,500 megavatios, pero apenas puede generar 1,910. El déficit de 1,590 MW se traduce en más apagones, más desesperación y más rabia en las calles.
Mientras tanto, desde Moscú, el ministro de Energía de Rusia promete soluciones mágicas: una nueva unidad generadora de 200 MW y reparación de bloques de 100 MW. Pero los cubanos de a pie saben que esas promesas son puro panfleto geopolítico, con cero impacto en la realidad inmediata del país.
La Cuba de hoy no tiene luz, no tiene leche, no tiene pan, pero sí tiene un régimen que vive desconectado de la realidad… aunque con todas las comodidades bien encendidas.