En pleno corazón de Guanabacoa, bajo el sol rajante y sin más techo que un alero podrido, vivía encadenado un perrito llamado Pinto, víctima del maltrato y la indiferencia. Golpeado desde la ventana por sus propios dueños y dejado a la intemperie como si su vida no valiera nada, Pinto era solo uno más en una larga lista de animales olvidados por un sistema que no protege ni a su gente, ni mucho menos a sus criaturas más indefensas.
Pero esta historia, al menos, ha tenido un respiro. Gracias al coraje de un grupo de animalistas habaneros, Pinto fue finalmente rescatado de aquel calvario. La activista Adriana Fernández de Castro, que denunció su caso en redes, contó que el animal tenía alrededor de 9 o 10 meses, y que ocupaba el mismo rincón donde meses antes ya había sufrido otra perrita.
“Tiene dueños, pero no les interesa para nada este animalito. Ahí mal come, ahí se moja, ahí le da el sol toda la mañana. Y desde la ventana sacan la mano para golpearlo”, escribió Adriana, visiblemente desesperada.
Ante la amenaza de una tormenta inminente, pidió ayuda urgente: “Vamos a ayudar a este bebé, no más abusos”. Y el llamado no cayó en saco roto. Días después, Pinto fue entregado sin resistencia. “La dueña lo dio sin preguntar ni para dónde iba”, contó Adriana.
Una historia con final feliz… pero que retrata una pesadilla colectiva
Pinto ahora se recupera en un hogar temporal, donde por fin empieza a recibir el cariño que le fue negado desde que abrió los ojos. Se espera que pronto una familia responsable lo adopte y le dé la vida que siempre mereció. Pero su historia no es un caso aislado, sino un retrato desgarrador de lo que viven miles de animales en toda Cuba.
En los últimos meses, La Habana ha sido escenario de abusos tan brutales que estremecen a cualquiera con un mínimo de humanidad. Desde perritos colgados por horas en balcones, hasta represalias violentas en conflictos entre vecinos, donde los animales son usados como desahogo de frustraciones. Incluso, en pleno Malecón, un hombre fue captado en video intentando agredir a un perro en plena luz del día.
¿Dónde está el Estado cuando se le necesita?
Aunque en 2021 se aprobó el Decreto-Ley No. 31 de Bienestar Animal, la realidad es que el papel aguanta todo, pero los animales no. La aplicación de esa ley brilla por su ausencia. Las autoridades responden con lentitud —si es que responden—, las sanciones son débiles o simplemente no existen, y los maltratadores rara vez enfrentan consecuencias.
En medio de tanta desidia, los propios ciudadanos han tenido que asumir roles que le tocan al Estado, desde vigilar, denunciar, hasta rescatar con sus propios medios. Los activistas, a pulmón limpio, han formado redes de apoyo que hoy son la única barrera entre muchos animales y la muerte segura.
Mientras el régimen se gasta los recursos en propaganda y represión, los perros y gatos de Cuba siguen viviendo entre la basura, los golpes y la indiferencia.
La vida en Cuba no solo está devaluada para el ser humano, también para el que ladra, maúlla o aúlla. Y en ese espejo, se refleja la esencia más cruel del sistema.