El comediante cubano Ulises Toirac volvió a prender fuego en las redes, pero esta vez no con un chiste, sino con una descarga tan cruda como necesaria sobre la tragedia silenciosa que vive el pueblo cubano. A través de una anécdota cotidiana, el humorista desmontó la normalización del desastre, esa resignación colectiva que se ha convertido en el pan nuestro de cada día en la Isla.
Todo surgió de un encuentro callejero. Un habanero le soltó, casi con resignación, que en Pinar del Río ya los apagones de 18 horas ni molestan. “Se adaptaron. Viven así y no esperan más nada”, le dijo. Y esa frase, simple y lapidaria, le voló la cabeza a Toirac, que no pudo más que quedarse “mudo de horror”.
El humorista identificó lo que muchos sienten pero pocos se atreven a decir: el pueblo cubano ha desarrollado un mecanismo psicológico de defensa, una especie de caparazón emocional para no enloquecer en medio del caos. Pero esa coraza mental no es gratuita. Cuesta caro. Cuesta dignidad, esperanza, sueños, futuro.
“En pleno siglo XXI, en un país que estuvo electrificado en más del 90 % hace décadas…”, se lamentó, dejando en el aire la amarga comparación entre lo que fuimos y lo que nos han dejado ser. Porque lo que se vive hoy no es solo una crisis eléctrica. Es una caída libre hacia la nada.
Toirac fue más allá de la oscuridad literal. Pintó un cuadro desolador: comida que se echa a perder por falta de frío, trabajos que se paralizan, hospitales desabastecidos, farmacias vacías y tiendas fantasmas. Un país en ruinas donde el día a día es una carrera de obstáculos sin línea de meta.
Su reflexión no fue solo crítica, sino profundamente simbólica. Comparó la Cuba actual con los territorios ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. Allá, en medio de la devastación, la gente encontraba aliento con cada avance aliado. Aquí, en cambio, ni se ve ni se espera a ningún “ejército amigo”. La esperanza no asoma ni por accidente.
“Ni en dos años, ni en diez, ni nunca. Aquí no va a venir nadie a salvarnos”, escribió con un tono de derrota que duele, porque refleja una verdad que muchos sienten pero no dicen en voz alta.
Y por si fuera poco, lanzó una crítica feroz al régimen, calificando sus medidas como las de “un virus que devora a su propio hospedero”. Es decir, un sistema que, en lugar de proteger, destruye desde adentro todo lo que toca, sin piedad y sin freno.
La publicación ha sido compartida por miles, no solo por su valor literario o emocional, sino porque habla en nombre de un pueblo cansado de resistir sin vivir. Un pueblo que ya no sueña con que las cosas mejoren, sino apenas con que no empeoren más.
La voz de Ulises Toirac se convierte así en un grito colectivo: el de una nación que no se rinde del todo, pero que ya ni recuerda cómo se sentía tener esperanza.