Una vez más, la dictadura cubana apostó por el teatro y no precisamente en el escenario de un cine o un aula cultural. Esta vez, el protagonista fue el propio Miguel Díaz-Canel, quien se paseó por Guáimaro como si el país no estuviera hundido en una crisis brutal, mientras detrás de cámaras se levantaba un decorado digno de una telenovela de ciencia ficción… pero de bajísimo presupuesto.
Según denuncias que circularon en redes sociales, particularmente desde el perfil Cubanforever91, todo fue una puesta en escena cuidadosamente montada para los escasos minutos de visita del “presidente designado”. En apenas unos días, se levantaron cercas, sembraron guayabas como si el campo brotara por milagro y hasta llenaron una presa falsa con pipas, mientras los campesinos verdaderos siguen desesperados por agua, y el pueblo de a pie no tiene ni una gota para beber.
“Derrocharon 400 litros de petróleo para una visita de 5 minutos”, denunció el mismo usuario, dejando al desnudo el sinsentido de gastar combustible —escaso y caro— en plena crisis energética, solo para que el mandatario saliera bien bonito en la foto.
Pero la cosa no paró ahí. La farsa incluyó a personajes como Lier Borrero Reyna, dueño del proyecto Rincón del Lago, convertido en “héroe de palo seco”, según la mordaz crítica de Cubanforever91. Todo el montaje apuntaba a un solo objetivo: hacerle creer al mundo que la “revolución agrícola” florece… cuando lo que hay en el campo es puro abandono.
Mientras se construía ese decorado de mentira, otras verdades salían a relucir. A Yuliet, madre de cuatro niños del barrio La Sapera, la encerraron en su casa como si fuera una delincuente, simplemente porque tenía la intención de hablar y decir lo que nadie quiere oír en el poder. La aislaron, la silenciaron, y solo la soltaron cuando el show terminó.
“Después hablan de ‘política demográfica’, como si les importara la gente”, remató la denuncia.
Este no es un episodio aislado. El guion ya está muy visto. En Baire, Santiago de Cuba, en marzo, pusieron una lámpara en una calle solo para iluminar un acto con Díaz-Canel. Apenas se fue, la luminaria desapareció y el barrio volvió a quedarse a oscuras.
Y en Calixto García, Holguín, las autoridades, desesperadas por no quedar mal, rellenaron una vaquería “olvidada” por el régimen solo para fingir que allí también se trabaja por el bien del pueblo.
En fin, lo que hace rato sabemos: la Cuba que le enseñan a Díaz-Canel solo existe en sus cinco minutos de visita, entre flashes, pipas escondidas y mentiras bien maquilladas. Mientras tanto, el pueblo sigue en la lucha, sobreviviendo entre el hambre, el calor, los apagones… y las farsas oficiales que ya no convencen a nadie.