Han pasado 25 años desde que Elián González fue devuelto a Cuba tras aquel polémico episodio de custodia internacional que lo convirtió, sin querer, en el rostro de una batalla ideológica entre dos mundos. Hoy, convertido en diputado y vocero del discurso oficial, asegura sin titubeos que no se arrepiente de haberse quedado en la Isla, a pesar del desastre que lo rodea.
“Puedo estar pasando situaciones difíciles, puedo tener mil problemas, pero lo que nunca ha pasado por mi mente es arrepentirme de estar en Cuba y crecer junto a mi familia”, soltó con serenidad en el espacio “Con luz propia”, desde el Centro Fidel Castro Ruz. A su lado, como parte del acto cuidadosamente orquestado, estaba su hija pequeña. Todo un guiño simbólico a la continuidad narrativa que el régimen tanto necesita.
Fidel, el abuelo inventado
Para Elián, los momentos duros se sobrellevan pensando en Fidel. Así mismo lo dijo. Agradece al dictador no solo por haberlo «devuelto a su padre», sino por haberle dado —según él— un lugar simbólico en el corazón del pueblo. “Mi compromiso con Cuba es estar aquí, serle fiel y luchar por ella”, repitió como si lo hubiera ensayado una y otra vez frente al espejo.
Durante su intervención, no faltaron las anécdotas pintorescas. Relató cómo Fidel lo colmaba de bombones, juguetes y clases especiales. Lo describió como un abuelo cariñoso, una figura casi mágica que ahora le presenta a su hija como si fuera parte directa del árbol genealógico. “Cuando lo ve en una foto, ya lo reconoce”, dijo sin una pizca de ironía.
El problema es que detrás de esa imagen azucarada se esconde un relato construido a pulso por la maquinaria propagandística del régimen. Elián no solo fue usado de niño como bandera política, sino que ahora, de adulto, sigue siendo una ficha más en el tablero del poder.
De símbolo a portavoz del castrismo
La aparición pública de González y su lealtad inquebrantable al oficialismo no son fruto de la espontaneidad, sino de una historia moldeada desde que tenía seis años. Le tocó representar la narrativa de la “Cuba que salva” y, con los años, ese papel no solo se le quedó pegado, sino que lo abrazó con fuerza.
En medio de una Cuba devastada por el hambre, la inflación y la represión, sus palabras suenan desentonadas, como si vinieran de una burbuja aislada de la realidad. Mientras millones de cubanos sueñan con escapar del país, él sigue repitiendo que la fidelidad a la Revolución es su norte.
La revolución como herencia forzada
El testimonio de Elián no es solo personal. Es parte de un guion que intenta mantener vivo un relato agotado, en el que la figura de Fidel sigue siendo glorificada como salvador, padre de todos y brújula moral. Pero el país que él ayudó a construir —a punta de censura y represión— se cae a pedazos. Y mientras tanto, quienes fueron niños durante su mandato crecen repitiendo lecciones impuestas, como si aún vivieran en una clase de historia obligatoria.
Elián, con su discurso de gratitud y devoción, parece convencido del rol que le asignaron desde niño: el de ser ejemplo, el de no fallar, el de seguir ondeando la bandera que le pusieron en las manos cuando ni siquiera sabía leer. Pero esa misma bandera hoy no tapa el hambre, ni las colas, ni los apagones, ni la desesperanza de una generación entera.
En un país donde la juventud emigra y los ideales se derrumban, Elián sigue atado al mito. Un mito que, para el régimen, sirve todavía como ancla, aunque la mayoría ya no crea en los cuentos del “abuelo Fidel”.