El jefe del castrismo reciclado, Miguel Díaz-Canel, volvió a salir en cámara desde el Palacio de la Revolución —ese teatro donde la miseria se viste de retórica— para soltar otra de sus ya clásicas peroratas cargadas de cinismo. Esta vez, con cara seria y palabras medidas, tuvo la desfachatez de asegurar que el sistema político cubano es más democrático que el de Estados Unidos. Sí, así mismo como lo lee.
En una entrevista complaciente con el periodista brasileño Breno Altman, transmitida por el canal de YouTube de la Presidencia —el nuevo púlpito digital del régimen—, el designado por Raúl Castro soltó: “Nuestro sistema electoral y político es más democrático que el de Estados Unidos. Que seamos un solo partido no quiere decir que seamos menos democráticos ni menos participativos”.
¿Más democrático? ¿Un solo partido político que no permite competencia alguna, que aplasta la disidencia y reprime hasta los murmullos? El guion del “modelo participativo” del castrismo es tan absurdo que solo convence a quienes viven atrapados en la propaganda del poder… o a quienes cobran por repetirla.
El dictador que manda a reprimir se disfraza de demócrata
Díaz-Canel se atrevió a cuestionar la legitimidad democrática de Estados Unidos, acusándolo de reprimir manifestaciones y excluir sectores sociales. Todo esto lo dice el mismo individuo que el 11 de julio de 2021 dio la infame “orden de combate” para que los “revolucionarios” —léase, tropas represoras del régimen— salieran a golpear, detener y hasta matar a cubanos que, de forma pacífica, salieron a exigir libertad y dignidad.
El sarcasmo de esa comparación es tan grotesco que ya no indigna: solo confirma la desconexión total del poder con la realidad del país.
Cuba se cae a pedazos mientras el discurso se llena de humo
Mientras el jefe del Partido Comunista hace maromas discursivas para maquillar lo inaguantable, Cuba sigue hundida en una crisis estructural que ya no tiene disfraz. Apagones diarios, precios por las nubes, hospitales desmantelados, escuelas vacías y un éxodo que parece estampida.
Y aún así, en medio de ese panorama, el gobernante se da el lujo de culpar a “plataformas de odiadores” por amplificar la indignación de los jóvenes ante el abuso tarifario de ETECSA. Dice que el “enemigo” aprovechó el malestar para desestabilizar… cuando todo el país sabe que la verdadera desestabilización viene desde dentro, desde esa cúpula aferrada al poder y al fracaso.
“Sí, nos equivocamos… pero no es culpa nuestra”, dice el monólogo oficial
Díaz-Canel intentó hacer una especie de “autocrítica” de cartón, reconociendo errores en la implementación de políticas, pero con el mismo tono prefabricado de siempre. Admitió que no todo puede achacarse al embargo estadounidense, lo cual es casi un milagro viniendo de él, pero enseguida diluyó la confesión echándole la culpa a fallos técnicos, a la “Tarea Ordenamiento” mal aplicada, a la falta de inversión y hasta a la corrupción. Todo menos a la raíz del problema: la falta total de democracia, transparencia y libertad.
Entre las joyas que mencionó, habló del deterioro de la mortalidad infantil, la falta de medicamentos y la fuga masiva de profesionales. O sea, lo que todo cubano vive en carne propia y el régimen se niega a aceptar como consecuencia directa del modelo fallido.
Un solo partido, un solo poder, cero democracia
La visión política de Díaz-Canel es, en esencia, una oda al autoritarismo. Para él, la democracia no necesita oposición, ni elecciones competitivas, ni división de poderes. Basta con la “unidad revolucionaria” y la obediencia al partido único. Eso no es democracia, eso es totalitarismo maquillado con lenguaje revolucionario.
El propio Díaz-Canel ha dicho con orgullo que en Cuba no existe la separación de poderes, sino “unidad de poderes”. Lo que en el mundo libre es una alarma, en la isla es una medalla. Y el Partido Comunista, ese que se ha convertido en una especie de religión de Estado, sigue siendo el único autorizado a hablar en nombre del pueblo.
La participación ciudadana que tanto cacarea el régimen se limita a repetir lo que ya está aprobado. Las elecciones, más que mecanismos de decisión, son ceremonias vacías donde el pueblo solo puede levantar la mano o mirar para el piso.
Una Asamblea Nacional que da risa (y miedo)
Según Díaz-Canel, la Asamblea Nacional del Poder Popular es “la más representativa del mundo”. Claro, si nos vamos por diversidad racial, profesional o de género, puede parecerlo. Pero la representación sin debate, sin pluralismo, sin posibilidad de votar en contra, es solo un decorado.
En los últimos años, no ha habido un solo voto disidente en el Parlamento cubano. Ni uno. Todo aprobado por unanimidad, como en los peores regímenes del planeta: Corea del Norte, China, Rusia, Bielorrusia. Y a eso le llaman democracia.
El discurso oficial ya no convence ni a los suyos
Díaz-Canel intenta proyectar imagen de firmeza, de coherencia ideológica, de moral revolucionaria. Pero lo que proyecta es un cinismo que raya en la burla. Mientras millones de cubanos emigran, otros tantos resisten como pueden en medio de la escasez y la represión, el mandatario sigue vendiendo la ilusión de una “democracia superior”.
Lo que queda claro es que su discurso no busca convencer a los cubanos, sino a los aliados de afuera y a los burócratas de dentro. Pero ni unos ni otros pueden tapar la podredumbre de un modelo que ya no aguanta un análisis serio.
Cuba no es un ejemplo de democracia. Es el ejemplo más triste de cómo se puede secuestrar un país entero bajo la excusa de una revolución que hace tiempo traicionó sus promesas.
Y mientras los micrófonos sigan siendo para los mismos, y las cámaras se mantengan apuntando solo hacia el podio del poder, la verdadera voz del pueblo seguirá apagada, censurada y reprimida. Pero no silenciada para siempre. Porque el día en que se acabe el miedo, se acabará también esa farsa que algunos todavía se
