Mientras muchos en Cuba siguen con la vista clavada en el estrecho de la Florida, soñando con llegar a Miami, hay otro grupo que ya viró el timón. Ante las puertas cada vez más cerradas de Estados Unidos, el mapa migratorio se está redibujando, y ahora Brasil —especialmente la ciudad de Curitiba— se ha convertido en refugio de miles de cubanos que huyen del hambre, la represión y el abandono de un país en ruinas.
“Cada día aterriza más gente”, cuenta Santiago de Posada, un camagüeyano que cambió la cola del pollo por una pizzería propia en pleno centro de Curitiba. Desde que llegó en 2022, ha visto cómo la comunidad cubana ha explotado en número, impulsada por el boca a boca y las redes sociales.
Solo en 2024, más de 22,000 cubanos pidieron asilo en Brasil, una cifra que ya supera a los venezolanos, según datos que compartió Bloomberg. Y todo indica que el 2025 va por el mismo camino.
Cuando el «sueño americano» se volvió pesadilla
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y sus políticas migratorias cada vez más hostiles, muchos cubanos se vieron obligados a descartar el plan Miami. La cancelación del parole humanitario y los cambios al programa CBP One dejaron a cientos de miles en el limbo. Y así, mientras unos quedaron varados en México, otros, como Lisbet Despaigne, buscaron nuevas rutas.
“Mis hijos no iban a pasar por eso”, dijo Lisbet desde su nuevo apartamento en Curitiba, recordando cómo su familia fue retenida en la frontera mexicana. Ella optó por lo seguro: Brasil.
En Curitiba, capital del estado de Paraná, ya se oyen más “asere” y “mi hermano” que “tudo bem”. Para muchos cubanos, es la primera vez que ven un supermercado lleno, carne sin cola y arroz sin cartilla.
“Aquí por lo menos se vive como persona”, dice Roberto Carlos Escriba, un tunero de 27 años que trabaja como operador de maquinaria. Estaba cenando con su esposa y su hijo en un restaurante cubano, con reguetón de fondo y platos que en Cuba solo existen en películas.
Del malecón a la feira
La vida en Brasil no es color de rosa, pero comparada con la miseria que dejó atrás en la isla, es otro mundo. Oscar Vásquez, un chef habanero de solo 22 años y más de 12,000 seguidores en TikTok, cuenta que el primer choque es entrar a un mercado lleno. “A muchos les dan ganas de llorar”, dice.
El fenómeno se mueve a golpe de redes sociales. Grupos como “Cubanos en Curitiba” superan los 45,000 miembros. Ahí se consiguen datos para alquilar, trabajar, encontrar guardería o simplemente llorar entre hermanos.
Pero no todo es samba y caipirinha
El viaje hasta Brasil tampoco es fácil. Muchos entran por Guyana, el único país al que los cubanos pueden volar sin visa, y desde ahí se lanzan en un periplo larguísimo por carretera. Algunos caen en estafas de agencias fantasma; otros se topan con racismo y burocracia.
“Una persona sin papeles no es nadie”, dice Noslen Castro, otro cubano que ahora vive en Venâncio Aires y se dedica a orientar a los que recién llegan.
Y también están los golpes duros, como el que recibió Liset Larrondo, una santiaguera afrocubana discriminada en una peluquería. “Ese es su problema. Yo no voy a dejar de ser negra”, soltó sin pelos en la lengua.
Cubanos que renacen hablando portugués
Hoy ya es normal escuchar el acento cubano en parques, escuelas y hasta en los timbres de las casas. Los negocios criollos están por todos lados: barberías, restaurantes, salones de uñas, tatuadores… hasta un punto de venta de croquetas.
El alcalde de Curitiba, Eduardo Pimentel, ha dicho que recibe a los migrantes con los brazos abiertos, aunque también ha expresado su preocupación por la presión sobre los servicios públicos.
Aun así, para los cubanos que han pasado por años de escasez, apagones, represión y desidia oficial, vivir en Curitiba es, literalmente, respirar otra vida. Como dice Oreste de la Cruz, un ingeniero que ahora lava platos después de que le negaran el asilo en EE.UU.: “Aquí por lo menos no me muero de hambre ni tengo que esconder lo que pienso”.
Y Tapachula, un purgatorio migratorio
Mientras tanto, en el otro extremo del continente, miles de cubanos varados en Tapachula, México, siguen esperando una respuesta migratoria. Sin papeles, sin empleo y sin esperanza.
Bárbara Güero es una de ellas. Llegó hace siete meses, pero un error con su correo electrónico la obligó a empezar el trámite de cero. Ahora limpia casas por unos pesos, porque “prefiere eso a volver a Cuba y perder su libertad”.
Lo mismo vive Herlinda Montoya, una hondureña que lleva medio año en Tapachula sin documentos. Su esposo trabaja en la construcción para sobrevivir. Y así malviven miles, atrapados en un limbo creado por las decisiones de Trump y la indiferencia de muchos gobiernos.
Un éxodo imparable
Curitiba se llena de acentos cubanos. Tapachula se vacía de esperanza. Cuba se sigue desangrando, porque nadie quiere seguir viviendo sin comida, sin luz, sin dignidad.
Y mientras el régimen cubano sigue fingiendo que todo va bien, cada avión que sale es otra familia que se va, otro corazón que se rompe, otra prueba de que el pueblo ya no cree en promesas vacías.
Como dijo un migrante: “Aquí, al menos, uno puede vivir como ser humano”. Y en esa frase, se esconde toda una revolución.