En un país donde el sistema de salud pública hace aguas por todos lados y la falta de recursos es el pan de cada día, una operación quirúrgica de alto riesgo logró lo que muchos ya daban por imposible: salvar la vida de Natalia Cabrera Rodríguez, una adolescente de 16 años de Caibarién que llegó al hospital pediátrico José Luis Miranda, en Villa Clara, con síntomas alarmantes y un diagnóstico aterrador.
La muchacha sufría fuertes dolores de cabeza, vómitos constantes y pérdida de visión, señales claras de una presión intracraneal que no podía esperar. ¿La causa? Un quiste coloide alojado en el tercer ventrículo del cerebro, una zona tan delicada que cualquier error podía costarle la vida.
“Es una lesión benigna, sí, pero muy traicionera por donde está metida”, explicó el profesor Enrique de Jongh Cobo, llegado desde La Habana para encabezar la compleja intervención. Junto a especialistas de Villa Clara y Cienfuegos, el equipo se lanzó al quirófano el pasado sábado 21 de junio y, tras más de cuatro horas de trabajo meticuloso, lograron extirpar por completo el quiste que amenazaba con destruir el futuro de la joven.
La operación se realizó mediante una técnica de neurocirugía endoscópica, menos invasiva y con mejores resultados postoperatorios. Apenas despertó de la anestesia, Natalia fue trasladada a cuidados intermedios, donde se mantiene con buen ánimo y progresando favorablemente, según reportó el doctor Ángel Camacho Gómez, uno de los médicos que ha estado al pie del cañón desde el primer día.
Pero aquí viene el detalle que hace aún más grande esta hazaña: el neuroendoscopio usado en la operación no fue importado ni de última tecnología, sino que fue fabricado en Cuba por ingenieros y médicos cienfuegueros, utilizando piezas alternativas, fruto de la escasez y el ingenio. Como quien dice, se armó con lo que había.
“No se compara con uno extranjero, pero nos ha permitido salvar vidas. Cuesta una fracción de los más de 500 mil dólares que costaría uno original”, confesó el doctor Luis Enrique Llanes Gort, del hospital Gustavo Aldereguía Lima. Y sí, aunque esto puede parecer una historia de resiliencia, también es un retrato doloroso de cómo el abandono estatal ha obligado a los médicos cubanos a convertirse en improvisadores profesionales.
Desde anestesistas hasta enfermeros y técnicos, profesionales de tres provincias unieron esfuerzos para salvar a una niña que, de haber nacido en otro país, jamás habría llegado a tal extremo. Lo que en otro lugar del mundo sería una cirugía rutinaria, en Cuba se vuelve una batalla campal contra la falta de insumos, la obsolescencia de los equipos y la burocracia paralizante del sistema de salud socialista.
El doctor Ramón Sarduy Arango, jefe de Neurocirugía en el pediátrico villaclareño, lo resumió con sencillez y verdad: “Aquí no hubo provincias ni rangos. Solo un objetivo: salvarle la vida a Natalia.”
La historia de esta adolescente no solo es una prueba de la capacidad humana de sobreponerse a las limitaciones, sino también una bofetada a un régimen que sigue vendiendo la salud cubana como una potencia mientras los hospitales se caen a pedazos.
Natalia vivió para contarlo. Y sus médicos, pese al abandono institucional, vuelven a demostrar que el verdadero milagro cubano está en el sacrificio de quienes, contra todo pronóstico, no dejan de luchar por la vida.