Bajo el sol abrazador y la angustia metida en el pecho, Maura Vázquez camina por las calles de La Habana con un cartel colgado al cuello que grita lo que muchos prefieren callar: su hija, Doraiky Águila Vázquez, lleva más de tres meses desaparecida y nadie le ha dado respuestas.
La escena, tristemente cotidiana en la Cuba de hoy, no puede ser más dolorosa. Maura recorre terminales, piqueras, cafeterías, cualquier rincón donde le digan que alguien «cree haberla visto». Así va, casi sin descanso, buscando a su hija como quien se aferra a la última llama encendida en medio del apagón nacional.
Doraiky, vecina del barrio Lawton en Diez de Octubre, fue vista por última vez el 15 de marzo. Desde entonces, ni una llamada, ni una señal. Nada. Desapareció como si se la hubiese tragado el país, ese que ha convertido la desprotección ciudadana en norma y el abandono en sistema.
Una desaparición entre el olvido y el silencio
Doraiky no solo enfrentaba la dureza de la vida en Cuba, sino también episodios de pérdida de memoria que, según su familia, podrían haberla dejado completamente desorientada. “Al dejar de tomar su medicación, puede que ni siquiera recuerde su nombre”, explicó el activista Guillermo Rodríguez Sánchez, quien ha intentado mover cielo y tierra para dar visibilidad al caso.
A pesar de su condición, Doraiky era una mujer amable, sonriente y cariñosa, según quienes la conocían. Una madre de dos adolescentes que hoy no saben si volverán a abrazarla.
El día que desapareció, llevaba un vestido amarillo con flores rojas. Caminaba por la Calzada de Diez de Octubre, sola, sin saber que se alejaba para no regresar… todavía.
Una búsqueda a contrarreloj en un país paralizado
Vecinos, amistades y voluntarios se han sumado a la búsqueda, mientras la familia comparte su foto y los números de contacto esperando que alguien, en algún lugar, dé una pista. También la policía lleva una ficha con sus datos básicos: 48 años, 1,68 metros de estatura, 65 kilogramos, cabello canoso.
Pero en un país donde las instituciones están más pendientes de reprimir que de proteger, los casos como el de Doraiky se pierden entre burocracia, desidia y una profunda crisis de valores. La impunidad, la indiferencia y la falta de recursos hacen que cada desaparición parezca un caso más, uno menos.
“Es duro, muy duro. Cada vez hay más desapariciones, más violencia, y cero respuesta. Esta familia está sola, como estamos todos. Es triste y es muy preocupante”, comentó una habanera que, como tantos, compartió la publicación con impotencia en redes sociales.
Hoy, la imagen de Maura cargando su dolor en forma de cartel es el retrato vivo de una Cuba rota, donde hasta buscar a un ser querido se ha convertido en una lucha contra molinos que no giran. Una madre sola, un país en silencio… y una hija que aún no aparece.