En medio del desastre cotidiano que se vive en Santiago de Cuba, donde los apagones parecen eternos y el agua brilla por su ausencia durante semanas, una chispa de esperanza volvió a prender este sábado gracias al padre Rodhin Alonso Colomar. Desde la humilde Misión San Pedro Apóstol, enclavada en el Reparto Flores, este sacerdote cubano logró algo que ni el régimen con todos sus discursos puede garantizar: un almuerzo caliente y digno para 310 personas necesitadas.
Sí, en plena crisis —de las más severas que ha vivido el país en décadas— se cocinó arroz amarillo, vianda hervida, vegetales y salchichas. Nada de lujo, pero un plato completo que para cientos de familias representa mucho más que comida. Es un acto de amor, de resistencia… y también de denuncia silenciosa frente al abandono institucional.
El propio párroco lo anunció en redes sociales con la humildad que lo caracteriza: “Hoy se beneficiaron 310 personas en el almuerzo comunitario para necesitados. Gracias a Dios y a los donantes por esta oportunidad de servir. Dios les bendiga abundantemente”.
Pero que no se equivoque nadie: esto no es caridad asistida desde el poder, es el fruto de la unión comunitaria, del esfuerzo de los que apenas tienen pero aún así dan. Una bofetada al discurso triunfalista de quienes gobiernan desde el confort y el aire acondicionado, mientras el pueblo revuelve agua con azúcar para engañar el estómago.
El padre Rodhin lleva tiempo organizando estas comidas solidarias, aunque hacerlo hoy es casi un milagro. La falta de corriente, la escasez de gas, el deterioro del transporte, la podredumbre del sistema alimentario estatal… todo juega en contra. Pero la fe y la voluntad le ganaron al miedo y a la miseria.
Y ahí está el resultado: más de trescientas personas comieron, compartieron y, por unas horas, sintieron que no están del todo abandonadas. En un país donde las promesas del gobierno se evaporan más rápido que el agua en una olla sin tapa, el verdadero milagro lo hacen los cubanos de a pie, los que no salen en la Mesa Redonda, pero dan la cara por los suyos.
Este acto solidario no solo alimentó cuerpos. También alimentó la dignidad, esa que tanto intenta aplastar un sistema que lleva más de seis décadas empobreciendo, controlando y mintiendo. Y aunque el régimen quiera silenciar gestos como este, la verdad se abre paso entre las ruinas, como un plato de arroz caliente en medio del apagón.