Con los mercados vacíos, los estómagos gruñendo y el campo echando humo del agotamiento, Guantánamo ahora se agarra del trigo y el sorgo como quien lanza un cubo a un pozo seco, en busca de salvar lo poco que queda de su maltrecho sistema agrícola.
La nueva “esperanza”, presentada como una solución casi milagrosa, fue tema de debate esta semana en la Universidad de Guantánamo. Según el diario oficialista Venceremos, la idea es encontrar cultivos más fuertes, más adaptados al calorazo oriental, y menos dependientes de los insumos que el régimen nunca logra garantizar.
Desde septiembre del año pasado hasta enero, se hicieron tres siembras experimentales de trigo y sorgo. Los resultados, dicen, van de 1.93 a 4.04 toneladas por hectárea, según explicó el estudiante Alain Castañeda, quien se encarga del proyecto como parte de su tesis de pregrado. Colabora con el Centro de Investigaciones Agropecuarias de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, otro bastión de las “soluciones mágicas” del oficialismo.
“El trigo que logramos lo usamos para hacer harina con destino a panes y dulces”, aseguran. Y con el sorgo, se proponen reforzar la seguridad alimentaria de los municipios guantanameros. Eso sí, por ahora, todo está en fase de prueba y mucho más cerca del discurso que de la comida en la mesa.
Puro humo en medio del hambre
En una reunión reciente, a la que asistieron funcionarios del Partido Comunista y profesores universitarios, se habló de “potencialidades” para estos cultivos. Pero, ¿de qué sirve hablar de potencial cuando el pueblo tiene el plato vacío todos los días?
La propaganda insiste en presentar estos experimentos como “contribuciones a la soberanía alimentaria”, pero la cruda realidad es otra. En Guantánamo ni la papa ha dado la talla, y eso que el tubérculo ha sido parte de otros tantos intentos fallidos del régimen por maquillar la miseria.
En Sancti Spíritus, por su parte, también se están haciendo pruebas con más de 25 variedades de sorgo, con la esperanza de producir alimentos para pacientes celíacos. Se habla de encadenamiento industrial, de panes sin gluten, de galletas para niños, pero en un país donde ni el pan normado llega puntual, todo suena a utopía fabricada desde una oficina con aire acondicionado.
Ser celíaco en Cuba es casi una condena
En un país donde ni los alimentos básicos están garantizados, los cubanos que no pueden comer gluten viven en una desesperación constante. Ya en 2020, Juventud Rebelde documentó la pesadilla diaria de quienes no pueden consumir productos tan comunes como pan, dulces, embutidos o sopas de sobre. Hoy, en 2025, el panorama es aún más sombrío.
Cuba tiene alrededor de 900 personas diagnosticadas con celiaquía, aunque probablemente haya muchas más sin diagnosticar, como señaló el propio diario Granma en mayo. Y si ya comer es un lujo, comer bien y sin gluten es directamente una fantasía para la mayoría de estos pacientes.
El campo cubano está desbaratado
La agricultura en Cuba no levanta cabeza. Las pocas maquinarias que quedan están oxidadas o rotas, los fertilizantes y herbicidas brillan por su ausencia, y los productores privados —los pocos que realmente producen algo— siguen siendo maniatados por un sistema que solo confía en el control total.
A eso se suma una inflación salvaje, la imposibilidad de importar recursos y la falta de voluntad política para permitir una verdadera reforma agropecuaria. Los datos oficiales más recientes confirman lo que el cubano de a pie ya sabe: la producción de carne de cerdo, arroz, leche, huevos, viandas, frijoles y hortalizas se ha desplomado. El país está al borde de una hambruna silenciosa.
Y mientras el pueblo suda la gota gorda buscando qué comer, el régimen sale con cuentos de trigo y sorgo como si eso fuera a resolver algo mañana mismo. Más que estrategias agrícolas, lo que están sembrando es desesperanza.
Porque si algo está claro, es que no hay semilla que crezca en un sistema podrido hasta la raíz.