Santiago de Cuba, tierra caliente y gente fuerte, se hunde cada día más en un caos sobre ruedas. La crisis del transporte público ha dejado a miles de santiagueros a pie, y ni el régimen, ni sus “planes estratégicos”, ni sus guaguas chinas logran resolver lo que ya parece una broma de mal gusto.
Hoy, la provincia apenas sobrevive con un parque vehicular viejo, desguazado, sin gomas ni combustible, mientras desaparecen rutas como si fueran humo. De las 196 rutas existentes, ya solo unas pocas se mantienen medio vivas, y muchas de ellas dependen de lo que aparezca: desde almendrones hasta carros fúnebres prestados.
La “creatividad revolucionaria” se ha vuelto el pan de cada día, y eso incluye usar taxis privados como ambulancias o apelar al “transporte solidario”, un invento que el propio delegado provincial del Ministerio de Transporte, Jaime Codorniú, reconoció que “aún hay que seguir organizando”.
En palabras llanas: el sistema está colapsado y lo que queda es puro parcheo.
Rutas desaparecidas, choferes improvisados y promesas de microbuses
Mientras el pueblo espera, la burocracia promete. Se habla de 20 microbuses de 14 plazas que llegarán en julio, como si eso fuera suficiente para sacar a flote una ciudad que no da abasto ni con 100. Supuestamente, esas guagüitas servirán para armar cuatro rutas nuevas en la cabecera provincial, mientras los triciclos eléctricos —que mueven a unas 1,200 personas por día— también se ven golpeados por los apagones y la falta de carga.
En las zonas rurales, sobre todo donde está el llamado Plan Turquino, la situación es desoladora. Sin neumáticos ni baterías, los pocos vehículos disponibles se pudren bajo el sol, y los campesinos, que ya bastante tienen con buscar qué comer, ahora también deben inventarse cómo moverse.
Y no es que sea nuevo. A inicios de junio, el mismísimo ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, reconoció en un informe que solo el 64% de las rutas funcionaban, y muchas con horarios mínimos por culpa del combustible y los caminos destruidos. Las conexiones con municipios como Guamá, Segundo Frente y Tercer Frente siguen siendo críticas, y el famoso “reparto de gomas” no ha pasado de ser una ilusión.
Caminos destruidos, precios inalcanzables y el Estado sin respuesta
Uno de los datos más alarmantes es que el 69% de la red vial de Santiago de Cuba está en estado regular o malo, o sea, un desastre total. Eso significa más de 4,000 kilómetros de baches, lomas, tierra suelta y abandono estatal. Y no es solo el mal estado de las carreteras: también escasean los lubricantes, el diésel, los repuestos y, claro, la voluntad política para cambiar el desastre estructural que vive el transporte.
El funcionario también dejó claro que, mientras los servicios estatales se caen por falta de recursos, los privados —con precios por las nubes— se vuelven inaccesibles para el ciudadano común, que tiene que escoger entre moverse o comer.
Y como si fuera poco, ahora llega el anuncio de 100 microbuses con aire acondicionado que serán destinados… ¡a La Habana! Porque, como siempre, la capital es la niña mimada del régimen, mientras el oriente del país tiene que conformarse con los restos. Según se informó, ni siquiera es un refuerzo real: los nuevos micros no amplían la flota, sino que reemplazan los equipos viejos. Y las gazelles rotas, esas sí, las mandan para las provincias, como si fueran la solución mágica de siempre.
El pueblo resiste… pero a pie
Santiago se alista para el verano con un operativo que suena a chiste: 21 medios estatales, 60 arrendados, tres trenes y unas cuantas “guarandingas” y biplantas, como si eso bastara para mover a miles. Pero la gente ya está cansada de promesas, de inventos que no solucionan y de una vida que cada día se complica más.
En un país donde ni la guagua funciona, ¿qué queda? Caminar, aguantar y esperar a que algo cambie de verdad. Pero con un régimen que prefiere importar microbuses que arreglar sus calles, el cambio parece tan lejano como la próxima ruta que nunca llega.