Desde un rincón olvidado de Mayabeque, una adolescente cubana de apenas 17 años está viviendo un infierno físico y emocional del que parece no haber salida. Su caso, tan raro como angustiante, ha sido identificado como hematidrosis, una condición extremadamente inusual que hace que su cuerpo sangre por los poros, los ojos, las uñas e incluso la boca… sin haber una sola herida visible.
Todo comenzó cuando tenía solo 14 años. En cuestión de días, su madre recuerda cómo su hija perdió todo el cabello. “Fueron 19 caídas. En cuatro días ya no tenía nada en la cabeza”, cuenta, todavía incrédula ante lo que vivieron. Los médicos diagnosticaron alopecia androgénica y comenzaron un tratamiento con plasma que dio algún alivio. Pero lo peor estaba por venir.
A la caída del cabello se sumaron otros diagnósticos: hipoglicemia, diabetes tipo 2 y problemas en la tiroides, enfermedades que descompensan a cualquiera, pero que en Cuba son doblemente duras por la escasez brutal de medicamentos. La joven tuvo que tomarse la foto de los 15 años con peluca, «algo que le dolió más de lo que dejó ver», confiesa la madre.
Y entonces, llegó lo inexplicable. Un día comenzó a sangrar por la nariz. Luego fue por los agujeros de los aretes, por las cutículas, por los ojos, y más recientemente por la boca. Un sangramiento sin sentido ni razón aparente. Le hicieron de todo: hemogramas, coagulogramas, estudios hormonales. Todo salía normal. Como si no pasara nada.
Después de muchos rodeos, los médicos en Cuba —sin tecnología ni experiencia para lidiar con algo así— llegaron a la conclusión clínica: hematidrosis, una condición tan rara que parece sacada de una novela de ciencia ficción. En el mundo, se conocen apenas unos pocos casos, y en Cuba no hay protocolos ni recursos para tratarla adecuadamente.
Hoy en día, la adolescente toma propranolol, un medicamento que se ha utilizado en otros países con ciertos resultados, pero que en su caso no ha frenado los sangrados, que continúan varias veces al día, con especial frecuencia por la nariz y la boca.
El daño emocional ha sido demoledor. La muchacha casi no sale de casa por temor a sangrar en público. Se le ha prohibido hacer ejercicios, aunque es algo que le apasiona. Su vida, prácticamente, ha quedado en pausa.
La familia ha hecho de todo: tocado puertas, enviado mensajes, rogado por ayuda en redes sociales. “Aquí en Cuba no hay medicamentos ni especialistas que sepan cómo enfrentar algo así”, confiesa la madre con impotencia. “Nos han ayudado desde fuera, pero no es suficiente. Esto es muy duro. Muy doloroso ver a tu hija así”.
Y como si no bastara con el dolor físico, la incertidumbre es aún peor. Cada día puede aparecer un síntoma nuevo. Cada semana trae otro reto. “Necesitamos que alguien, algún hospital, algún médico del mundo, nos diga qué hacer. Que nos oriente. Que nos dé una esperanza”.
Mientras en la televisión estatal repiten las mismas consignas de siempre, en esta casa de Mayabeque lo único que se repite es la sangre… y el silencio institucional. Una vez más, el sistema de salud cubano, que tanto presume en el extranjero, se queda corto, ciego y sordo ante una joven que sangra a diario sin explicación ni apoyo real.
¿Dónde está la “potencia médica” cuando más se necesita? ¿A quién le importa una adolescente que sangra en silencio, en un país donde las prioridades están en otro lado?
La respuesta, por ahora, sigue flotando en el aire. Igual que la esperanza de esta madre, que no pide milagros. Solo una oportunidad de salvar a su hija.
