La maquinaria represiva del castrismo volvió a ponerse en marcha, esta vez con el pretexto de combatir el consumo de drogas. En Matanzas, el régimen pidió penas de 8 y 9 años de prisión para dos jóvenes acusados de consumir y mover la droga sintética conocida como “el químico”, una sustancia que, aunque altamente peligrosa, también ha servido de excusa perfecta para reforzar el castigo y el control.
Uno de los acusados, identificado como YGR, de apenas 22 años, oriundo de San Miguel del Padrón pero residente en La Habana, habría estado comprando la droga en la capital, armando los famosos “bates” y vendiéndoselos a otro joven, AVU, alias “El Abuelito”, de 24 años y vecino de Cárdenas.
¿El crimen? Llevar 10 gramos en una mochila. ¿La propuesta del régimen? Nueve años tras las rejas.
Según el relato de la prensa oficialista, YGR fue detenido en el punto de control de Bacunayagua, donde le confiscaron los 10.10 gramos de sustancia, que según los cálculos de la fiscalía, equivaldrían a más de 1,000 cigarros, dado que con un solo gramo se pueden preparar entre 100 y 120 dosis. A su supuesto comprador, “El Abuelito”, le acusan de revenderlos a 300 CUP cada uno.
El juicio ya se celebró en el Tribunal Provincial Popular de Matanzas y ahora solo queda esperar la sentencia, que debe anunciarse el 17 de julio. Pero lo que está claro desde ya, es que la Fiscalía no está buscando rehabilitar a nadie: lo que quieren es enviar un mensaje de terror.
Del descontrol al castigo ejemplarizante
Hace apenas unos años, el “químico” —y otras drogas— empezaron a moverse por las calles cubanas sin que el Estado hiciera nada serio al respecto. El consumo creció, sobre todo entre jóvenes sin futuro, atrapados en barrios sin esperanzas y rodeados de marginalidad.
Mientras la juventud caía, el régimen miraba para otro lado, más preocupado por espiar activistas que por salvar vidas. Ahora, con el caos ya desbordado, sacan de la manga estos juicios espectáculo para aparentar autoridad. Es la vieja táctica de “manos duras” que ya nadie se cree.
Hace apenas unos días, Noel Bibeaux Muñoz fue condenado a 8 años por producir entre 80 y 100 dosis de “químico” en Cienfuegos. Y así, uno a uno, los casos se van acumulando, no como parte de una estrategia real de salud pública, sino como propaganda punitiva.
Ni prevención ni soluciones: solo miedo
La narrativa oficial insiste en que se trata de “tolerancia cero” ante las drogas, pero lo cierto es que no hay campañas educativas, ni centros de rehabilitación, ni apoyo a familias afectadas. La raíz del problema —esa mezcla explosiva de miseria, abandono y desesperanza— sigue creciendo sin que nadie desde el poder la mire de frente.
Mientras tanto, los jóvenes que caen en las redes de la droga no reciben ayuda ni comprensión, solo castigo. Y detrás del discurso de orden, lo que se esconde es otra herramienta de control social, otra forma de imponer miedo y sumisión en una población agotada y sin opciones.
El régimen cubano no busca salvar a sus jóvenes. Solo busca seguir controlando sus cuerpos, sus pasos y hasta su caída.