Hay historias que golpean el alma. Que no necesitan adornos ni exageraciones porque la realidad, por sí sola, ya duele demasiado. Así es la historia de Estefany, una niña cubana de apenas siete años que vive en condiciones infrahumanas junto a su abuela Miraiba, en el municipio Venezuela, provincia de Ciego de Ávila. No tienen casa. No tienen electrodomésticos. Duermen al aire libre, bajo la luna y el sol. Su única fuente de alimento son los platos que les regalan los vecinos, y a cambio ellas dan lo único que tienen: los aguacates de la mata del patio.
La historia fue dada a conocer por el escritor cubano Guillermo Rodríguez Sánchez, quien la publicó en Facebook junto a fotos y un video que deja sin palabras. Estefany nació con una malformación congénita: no tiene pabellón auricular ni conducto auditivo, por lo que es hipoacúsica. A pesar de todo, estudia en segundo grado en una escuela del municipio, con la fuerza y la inteligencia que le sobran y que, honestamente, contrastan con el abandono en el que vive.
Su mamá la dejó. Así, sin más. Un día simplemente no fue a recogerla a la escuela y nunca más volvió. Desde entonces, es la abuela quien se ha hecho cargo de ella, aunque la tragedia no se detuvo ahí. Hace tres meses, la humilde casita donde vivían se derrumbó. Desde entonces, su hogar es un pedazo de tierra con algunos objetos al sol. No hay baño, no hay techo, no hay paredes. Apenas un colchón, una maleta y un par de plantas que Miraiba cuida con tanto cariño como cuida a su nieta.
Pidieron ayuda al gobierno. ¿La respuesta? Unos troncos retorcidos que más parecen burla que solución. Pero como siempre, la esperanza vino de la gente. Vecinos, activistas y personas solidarias han empezado a enviar ropa, aseo, comida y algo de dinero. Incluso lograron armarles un techito provisional con tejas viejas y palos prestados.
El video compartido por Guillermo es brutal. Muestra cada rincón del lugar donde viven, incluido un inodoro a cielo abierto y utensilios regados por el patio. “Esta princesa es Estefany”, se escucha decir al narrador, mientras enfoca a la niña. “No tiene orejitas”.
Sobre los padres, Guillermo fue claro. La mamá tiene más hijos regados, todos igual de desatendidos. El padre, simplemente no está. Y sobre la abuela, no hay más que respeto. Pobre, agotada, pero con el alma grande. Salvó a su nieta discapacitada porque no podía salvar a todos. “Ojalá nadie tenga que decidir a qué nieto darle el único pan de la bodega”, escribió.
Y mientras el régimen destina millones al turismo, el pueblo sigue construyendo solidaridad ladrillo a ladrillo. En un país donde en 2024 se construyeron cinco veces menos viviendas que en 1984, y donde solo se cumplió un 12% del plan de construcción este año, historias como la de Estefany evidencian el verdadero drama nacional: la falta de humanidad del sistema y la grandeza del pueblo.
Estefany merece mucho más. Su abuela también. Y tú, que estás leyendo esto, puedes ser parte de esa red de ayuda que les está devolviendo un poquito de dignidad.
