En la Cuba de hoy, donde cocinar se ha vuelto casi un acto de supervivencia, el régimen saca otra de sus “soluciones mágicas” del sombrero roto: las briquetas de carbón vegetal. Sí, leíste bien. En pleno siglo XXI, con la tecnología al alcance de medio mundo, el gobierno cubano está impulsando una vuelta al carbón, como si eso fuera el último grito del progreso.
En el municipio de Fomento, Sancti Spíritus, la cosa va “en serio”. Allí, como si estuviéramos retrocediendo en el tiempo, las autoridades han comenzado a producir estas briquetas artesanales como respuesta desesperada a la crisis energética que no da tregua. Dicen que son “ecológicas” y “renovables”, una forma elegante de disfrazar el hecho de que no hay ni gas, ni corriente, ni vergüenza institucional.
Emilio Sosa Pérez, un cartero devenido carbonero, es uno de los rostros que el régimen ha querido mostrar como ejemplo. “Antes andaba en bicicleta repartiendo cartas, ahora estoy aquí, con las manos llenas de carbón”, cuenta Emilio desde el taller donde se fabrican más de 20 mil briquetas al mes. Una cifra que suena bonita, pero que nace entre apagones, jornadas madrugadoras y pura necesidad.
“Cuando viene la luz, todos nos tiramos para aquí”, dice Emilio, resumiendo sin querer la lógica absurda de un país donde la productividad depende del capricho del fluido eléctrico, y donde cocinar en la madrugada es la nueva normalidad.
Las briquetas llegan a hogares, escuelas, hospitales y fábricas, vendidas como la panacea energética. Pero detrás de ese cuento verde está la realidad cruda de un pueblo que ha tenido que cambiar la hornilla por el fogón, y el gas por el carbón, mientras el gobierno sigue vendiendo humo… literalmente.
El olor de la leña y el tizne de la desesperanza
Este martes 24 de junio, la Unión Eléctrica (UNE) volvió a soltar el parte de guerra: déficit de hasta 1,790 MW y apagones que superan las 18 horas en algunas provincias. En este panorama, prender una briqueta se convierte en hazaña. Un saco de carbón puede costar hasta 1,500 pesos, si es que aparece, y la gente improvisa lo que puede: petróleo, gasolina, papel viejo, hojas de plátano… todo vale para hacer arder el fogón y poner algo caliente en el plato.
En TikTok, una joven cubana lo resume sin maquillaje: “Esto no es un tutorial, es la triste realidad”, mientras muestra cómo enciende el carbón en el patio de su casa. Ese video se viralizó, porque todos se sienten retratados en esa escena de miseria cotidiana.
En los comentarios no faltan las frases que se han vuelto el himno de un país cansado: “Cada día estamos peor”, “Nos están matando lentamente”, “Hasta cuándo tenemos que resistir”.
La briqueta no es un logro, es un símbolo del fracaso
Lo que el régimen presenta como “alternativa sostenible” es, en realidad, una confesión a gritos de que el sistema no da más. Las briquetas no son innovación, son una muleta de cartón en una nación lisiada por décadas de mala administración, bloqueo interno y desprecio por su gente.
Cuba está cocinando con carbón porque no tiene otra opción, no porque esté abrazando la energía verde. Lo triste es que nos quieren hacer creer lo contrario, como si todo esto fuera un avance y no el retroceso más duro que ha vivido la isla desde el llamado Período Especial.
Mientras tanto, los apagones siguen, los precios suben, y la única llama que no logran apagar es la del descontento popular. Porque aunque quieran envolverlo en discurso ecológico, el pueblo cubano sabe que no hay nada ecológico en pasar hambre, ni nada renovable en vivir a oscuras.
