En plena tormenta energética y con el pueblo al borde del colapso, Miguel Díaz-Canel vuelve a hacer las maletas. Esta vez el destino es Bielorrusia, otro país autoritario al que el régimen cubano llama “hermano” para seguir vendiendo su narrativa de solidaridad internacional… mientras Cuba se cae a pedazos.
“Querido pueblo: Estamos saliendo a Bielorrusia…”, escribió el mandatario en X (antes Twitter), como si fuera un influencer rumbo a un evento de lujo, ignorando olímpicamente que millones en la Isla no tienen ni luz, ni comida, ni futuro claro.
El objetivo del viaje, según dijo, es participar en una cumbre de la Unión Económica Euroasiática (UEEA) y visitar fábricas biofarmacéuticas y agrícolas. Pero lo cierto es que su presencia en ese evento llega justo cuando la olla de presión social en Cuba no da más, con apagones de hasta 24 horas, calles calientes por la rabia contenida y una juventud que empieza a perder el miedo.
Luz para afuera, oscuridad para adentro
El contraste no puede ser más grotesco. Mientras Díaz-Canel y su esposa, Lis Cuesta, viajan en avión oficial a codearse con Alexander Lukashenko, el dictador bielorruso, en la Isla la Unión Eléctrica reportaba apagones que cubrían las 24 horas del domingo 23 de junio, con un déficit de 1,770 MW que dejó a más de medio país a oscuras.
La gente, cansada y sudada, sobrevive a base de “alumbrones” de minutos que no alcanzan ni para conservar lo poco que queda en los refrigeradores. La miseria energética es tal, que ni los nuevos parques solares alcanzan para cubrir el hueco: apenas logran picos de 402 MW, insuficientes ante un sistema eléctrico que ya huele a chatarra oxidada.
Y como si todo esto fuera poco, el régimen decide pisotear aún más al pueblo subiendo las tarifas de internet móvil, un servicio que ya era un lujo para muchos. ETECSA, la empresa estatal que controla las comunicaciones como si fuera un cuartel, eliminó las recargas en pesos cubanos y subió los precios en dólares, como si los estudiantes universitarios y los trabajadores ganaran en Wall Street.
La juventud responde, el régimen reprime
Ante esta injusticia, los universitarios no se han quedado callados. Las protestas estallaron en varias instituciones del país, con llamados a paros académicos y exigencias de reformas urgentes. La respuesta del gobierno fue la de siempre: descalificar a los jóvenes, acusándolos de ser manipulados por el “enemigo”, como si pedir conexión y pan fuera parte de una conspiración imperialista.
Pero lo que más molesta a la gente es la hipocresía. ¿Cómo es posible que mientras el pueblo se asa en el calor y la desesperanza, el presidente ande por el mundo “estrechando lazos” con gobiernos represivos y firmando papeles que nunca se traducen en mejoras reales para los cubanos de a pie?
El embajador cubano en Minsk dice que “la relación es excelente” y que habrá avances en biotecnología, turismo y educación, pero ¿dónde están esos avances cuando no hay antibióticos en las farmacias, ni arroz en los mercados, ni gasolina para mover una ambulancia?
Una gira más, una burla más
El viaje a Bielorrusia es, en esencia, otro capítulo de la desconexión absoluta entre el poder y el pueblo. Mientras la gente duerme en las aceras por los apagones, Díaz-Canel se pasea por Europa del Este como si no pasara nada, hablando de “cooperación” y “hermandad”, pero sin traer soluciones ni esperanza.
Porque al final, lo que está en juego no es solo una visita oficial, sino la credibilidad de un modelo que hace mucho dejó de funcionar. Y lo que más duele es que, en vez de asumir la responsabilidad, el régimen se dedica a exportar discursos vacíos y a importar represión, mientras el pueblo sigue pagando con hambre, oscuridad y silencio forzado.