La maquinaria del régimen cubano volvió a ponerse el disfraz verde olivo para celebrar su Día de la Defensa Territorial, esa jornada donde la dictadura se entrega al circo de la guerra imaginaria y el teatro militar sin balas, pero con mucho palo… literal.
Mientras el mundo anda en guerras reales, con drones, ciberataques y estrategias de inteligencia de última generación, en la isla todavía andan jugando a la guerra con carabinas oxidadas, milicianos en zancos y abuelas repitiendo eslóganes como si estuvieran en una clase de aeróbico revolucionario.
Las imágenes, tan absurdas como tristemente familiares, fueron difundidas con orgullo por la prensa oficialista, aunque en redes sociales lo que generaron fue carcajadas, burlas y hasta memes con sabor a resignación. Porque ver a un batallón de “combatientes” con palos, mientras el país se cae a pedazos, no inspira defensa, sino pena ajena.
«Cuidado, que Cuba tiene un batallón de paleros listos para liberar Puerto Rico», escribió un usuario en Twitter entre risas e ironía. En Facebook, otro comentó que esto parecía una versión tropical de los G.I. Joe, pero al estilo CDR. Y es que lo que el régimen llama “ejercicio militar”, el pueblo lo ve como un sketch tragicómico sacado de Vivir del Cuento.
Con banderas del 26 de Julio ondeando en embarcaciones oxidadas y simulacros que parecen más actividades de campismo que preparación bélica, la narrativa del “imperio al acecho” ya no engaña a nadie. El enemigo más grande del cubano hoy no lleva uniforme extranjero, sino el propio logo del MININT, los precios del agro y la sombra del apagón.
Mientras los cuadros del Partido ordenan a los trabajadores “voluntarios” salir a marchar en nombre de la patria, lo que realmente ocurre es una coreografía triste y obligada, que busca justificar el control total sobre la sociedad civil con el pretexto de una amenaza externa que solo existe en el noticiero de las 8
Pero eso sí, la televisión estatal lo vende como si estuviéramos a las puertas de Playa Girón otra vez. Planos cerrados para que no se noten los zapatos rotos, los rostros de aburrimiento o el hambre en los estómagos vacíos de los que tienen que simular entusiasmo por una revolución que les ha quitado hasta las ganas de aplaudir.
En varios municipios, la escena fue de película… pero de las malas. Simulacros que consistían en cruzar un arroyo cargando un fusil viejo y una bandera roja y negra, mientras algún funcionario gritaba arengas que ya no conmueven ni a los pioneros.
Y lo peor es que todo este despliegue viene en medio de una crisis brutal, donde los cubanos enfrentan una guerra diaria: contra los apagones interminables, la inflación que no da tregua, el transporte colapsado y una represión que no descansa ni un segundo.
¿Quién quiere empuñar un palo para defender a quienes te tienen pasando trabajo? El pueblo cubano no necesita simulacros militares, necesita comida, electricidad, libertad y justicia. Lo que menos necesita es otro acto simbólico del castrismo para tapar el fracaso con camuflaje.
Porque mientras Díaz-Canel juega al comandante en jefe desde su burbuja con aire acondicionado, el verdadero campo de batalla está en la calle, donde millones de cubanos luchan por sobrevivir a un modelo podrido que insiste en disfrazarse de épico cuando ya no le queda ni dignidad.