En medio del caos económico que azota a Cuba, donde conseguir un pomo de aceite es casi una odisea, un curioso quiosco en plena calle 100 de La Habana ha dejado a más de uno boquiabierto. Y no precisamente por sus ofertas. Lo han bautizado, con humor agrio y resignación criolla, como “el quiosco de los millonarios”, y basta darse una vuelta por allí para entender por qué.
Ubicado cerca del aeropuerto de Rancho Boyeros, este punto de venta informal luce más como una escenografía de Publix que como un puesto callejero habanero. Frutas frescas, latas importadas, aceite de oliva, uvas, cervezas extranjeras, embutidos refrigerados… Todo lo que un cubano ve en una serie de Netflix, pero rara vez en su plato.
Un video que se hizo viral en TikTok, subido por el usuario @ochosi03, muestra la escena con tono de incredulidad. El hombre, recién llegado a la isla, pasea por el puesto como si hubiese tomado un desvío y hubiese aterrizado en otro país. “Miren esto, parece que uno está en el Yuma, pero no, es Cuba”, dice mientras graba.
Entre los productos, destaca una cerveza Corona con limón por 700 pesos cubanos, que al cambio informal no baja de los dos dólares. Eso en un país donde un salario promedio no da ni para comprarse una caja de esas cervezas al mes.
¿Quién compra en este lugar? Pues los que tienen acceso a remesas, los que viven del turismo, o los mismos privilegiados de siempre, amarrados al sistema, pero con bolsillos llenos gracias a sus conexiones con la cúpula del poder. Para el cubano de a pie, ese quiosco es casi un museo del consumo: se mira, se comenta, pero no se toca.
Las imágenes hablan por sí solas. Todo está bien puestecito: redes con frutas colgando, botellas alineadas, neveras encendidas, y una pizarra que no deja dudas de lo que cuesta cada artículo. Un mundo paralelo en una ciudad que vive apagones, colas eternas y estantes vacíos.
Este fenómeno no es nuevo. Desde que el régimen abrió a medias el cuentapropismo y le dio luz verde (o mejor dicho, una luz amarilla turbia) a los negocios informales, han proliferado estos “oasis gourmet” para privilegiados. Son negocios que caminan por la cuerda floja entre lo legal y lo tolerado, pero que el gobierno no toca mientras no se metan en política ni molesten a los de arriba.
Y mientras tanto, el resto del pueblo se rompe el lomo para medio comer. Porque mientras la propaganda repite que «nadie quedará desamparado», la realidad es que hay quioscos de millonarios… y colas de miserables.
Este contraste brutal, cada vez más visible en las calles cubanas, deja claro que el socialismo del siglo XXI ya no pretende igualdad, sino control. Un sistema donde unos pocos pueden tomarse una Corona con limón, mientras la mayoría lucha por conseguir arroz.
El quiosco de la calle 100 no es solo una rareza urbana. Es un espejo de lo que se ha convertido Cuba: una isla dividida entre los que tienen y los que apenas sobreviven. Una vitrina de lujo en una ciudad sin luz. Una postal del fracaso.