En pleno caos energético, con apagones que revientan la paciencia del cubano y neveras vacías que ya ni frío dan, Miguel Díaz-Canel decidió montarse en un avión prestado por Venezuela y aterrizar en Bielorrusia, para reunirse con su “hermano” ideológico, el también dictador Alexander Lukashenko. Sí, mientras el pueblo sufre, el mandatario anda por Europa del Este hablando de “cooperación” y posando para fotos con otro régimen sancionado y represor.
El encuentro, que tuvo lugar este miércoles en Minsk, fue descrito por la prensa oficial como una movida estratégica para “fortalecer los lazos bilaterales”. En realidad, se trata de un show diplomático entre dos gobiernos que comparten el mismo molde: autoritarismo, censura y colas eternas.
Según la agencia bielorrusa BELTA, citada por EFE, Lukashenko y Díaz-Canel hablaron de “oportunidades prometedoras” en sectores como la biotecnología, la energía, la minería y la producción de maquinaria agrícola. También se propuso llevar materias primas bielorrusas a Cuba para producir leche y carne, como si el problema de fondo en la Isla fuera la falta de ingredientes… y no el desastroso sistema que los malgasta todo.
Lis Cuesta, la esposa del mandatario, también se sumó al viaje. Y claro, no faltó el mensaje del viejo zorro Raúl Castro, que Díaz-Canel transmitió como emisario fiel, reforzando el tono ideológico de una gira que no trae comida ni luz, pero sí muchos discursos reciclados.
Mientras tanto, en Cuba la realidad arde. Los apagones ya alcanzan las 24 horas en varias provincias, el hambre muerde fuerte y conseguir medicinas es una especie de milagro diario. Pero el gobernante anda por ahí, participando en cumbres de bloques euroasiáticos donde nadie habla español, y menos aún de derechos humanos.
Esta es la segunda vez que Díaz-Canel visita Bielorrusia —la primera fue en 2019— y es evidente que no fue solo a mirar tractores. Es parte de su alineación con el club de dictaduras amigas de Putin, donde el foco no es el bienestar del pueblo, sino blindarse entre iguales. En 2020, Cuba fue aceptada como observadora de la Unión Económica Euroasiática, un título que suena rimbombante, pero hasta hoy no ha traído ni un kilo de arroz a las bodegas.
En redes, los cubanos están que trinan. “¿Cómo es posible que este señor esté hablando de biotecnología mientras en mi barrio no hay ni luz ni agua desde ayer?”, comentó una internauta en Twitter. Y es que el contraste es grotesco: un gobierno viajando por el mundo con discursos heroicos, mientras la Isla se cae a pedazos y su gente huye como puede.
Y como ya es costumbre, Díaz-Canel aplica su doble rasero diplomático: condena con indignación los bombardeos de EE.UU. a instalaciones en Irán, pero calla como tumba cuando se trata de los crímenes de guerra de Rusia o las violaciones de derechos humanos en sus países aliados.
La gira actual no es más que otra cortina de humo, un intento desesperado de parecer relevante en el tablero geopolítico mientras en casa la legitimidad se le escurre como agua por una cañería rota. El pueblo cubano, ese que sigue echando el bofe en las colas y cocinando con leña, ya no se traga el cuento de los “logros internacionales”.
Porque si algo ha quedado claro, es que los viajes de Díaz-Canel no alumbran nada… y mucho menos a los apagados de Cuba.