Luis Fabián Rojas Rodríguez tenía apenas 11 años cuando la negligencia médica lo arrancó de los brazos de su familia. Murió el 7 de octubre de 2024 en el Hospital Pediátrico de Centro Habana, luego de semanas de errores imperdonables, desinterés profesional y un sistema podrido que juega con la vida de los más inocentes.
El caso, estremecedor hasta los huesos, fue documentado por CubaNet a partir del testimonio directo de los familiares del menor, quienes hoy alzan la voz para exigir justicia y denunciar una verdad que muchos en Cuba conocen de memoria: el sistema de salud pública no está diseñado para salvar vidas, sino para maquillar fracasos.
Todo empezó con un dolor que el sistema decidió ignorar
Era el 20 de agosto cuando Fabián, con un fuerte dolor abdominal, fue llevado a consulta. Todo apuntaba a una apendicitis, pero los médicos —recién graduados, sin supervisión real— decidieron que era solo un virus. Ni una placa. Ni un análisis. Ni una sospecha de que ese niño estaba a punto de colapsar por dentro.
Dos días después, el niño no podía ni tomar agua. Y aún así, nadie hizo nada.
Cuando finalmente lo ingresaron, ya era una apendicitis perforada. Aún así, pasaron 12 horas antes de que lo operaran. Doce horas de dolor, fiebre y abandono absoluto.
Una recuperación ficticia y un tratamiento que nunca existió
Tras la cirugía, Fabián parecía mejorar. Caminaba, comía, hablaba. Pero pronto llegaron las fiebres, y los médicos volvieron a mirar para otro lado. Lo bajaron de terapia intensiva a una sala común sin hacer ni un solo estudio postoperatorio. Solo le pidieron a su madre que anotara las temperaturas… como si eso fuera medicina.
Su hermana, Melissa, lo dijo claro y sin rodeos: “Venían con la jeringuilla llena de agua, no con antibiótico. Es la única razón por la que mi hermanito no superó la infección”.
Y por si fuera poco, cuando no encontraron una cánula adecuada, le pusieron la tapa de un pomo. Literal. Ese es el nivel de decadencia del sistema que por décadas se ha vendido como «potencia médica».
El cuerpo del niño no resistió tanto abuso
El 2 de septiembre, cuando ya su cuerpo estaba al límite, decidieron operarlo de nuevo. Ya era tarde. La infección se había regado por todo el cuerpo. Le sacaron líquido del abdomen, encontraron hematomas internos provocados por la primera operación, y todo se volvió cuesta abajo.
Vino el fallo renal. El neumotórax. El esófago perforado durante una intubación. El pulmón dañado con una sonda. Trece días conectado a un ventilador sin una traqueotomía. Desnutrido. Agonizante. Invisible para un sistema que no responde.
La familia fue la última en enterarse de que su hijo ya no estaba. Técnicamente había muerto dos días antes de que se los dijeran.
Una denuncia ignorada, una burocracia que solo sabe lavarse las manos
Los padres no se quedaron callados. Llevaron su queja al Ministerio de Salud Pública. Se organizó una reunión con una comisión médica, presidida por la Dra. Katherine Chivás Pérez. Pero allí, en lugar de respuestas, solo encontraron excusas.
La Dra. Milagros, una de las dos presentes, intentó justificarlo todo usando la historia clínica… ese documento que solo ve el hospital, y que muchas veces se acomoda según convenga.
Aceptaron que hubo “accidentes”. Pero negaron la negligencia. Alegaron “falta de comunicación”. Y eso fue todo.
Para la familia, fue una bofetada. Una burla. Una revictimización.
Firmaron su desacuerdo. Anunciaron que llevarían el caso a la Comisión Médico-Penal. Pero, como era de esperarse, hasta hoy, nadie les ha dado respuesta.
“No hicieron nada por salvarle la vida a mi hijo”, dice su padre.
“Tiene que haber una consecuencia, una reparación. Fabián no debió morir así”, remata su hermana.
La historia de Fabián no es una excepción. Es el reflejo brutal de un sistema enfermo, de un país que solo responde cuando se trata de defender su propaganda. Mientras tanto, los niños mueren… y los culpables siguen firmando guardias.