Ni la vigilancia en alta mar, ni las advertencias del gobierno de Estados Unidos, ni el peligro real de morir ahogados detienen el deseo de muchos cubanos de largarse del desastre en que se ha convertido la isla. Esta semana, seis balseros fueron interceptados por la Guardia Costera estadounidense en aguas cercanas a Bahamas, cuando intentaban abrirse camino hacia una vida mejor lejos del control del régimen.
La noticia fue confirmada este jueves por la tripulación del Cutter Robert Yered, que realizó la interdicción y entregó a los migrantes a las autoridades de Bahamas. El anuncio se hizo a través de la cuenta oficial de la Guardia Costera de Estados Unidos (USCG) en X (antes Twitter), con el acostumbrado #Breaking que anuncia cada nuevo intento de escape.
“Seis ciudadanos cubanos fueron transferidos a Bahamas tras ser interceptados en sus aguas territoriales”, indicó la USCG. Como es habitual, no ofrecieron más detalles sobre las condiciones del grupo ni sobre la embarcación en la que viajaban.
Un mar lleno de patrullas… y de desesperación
Aunque el flujo de migrantes ha disminuido en comparación con años anteriores, la Guardia Costera mantiene una fuerte presencia en el Estrecho de Florida, donde continúan los intentos de salida ilegal desde Cuba. Porque aunque las probabilidades de éxito sean mínimas, el miedo a seguir en la isla es mucho mayor que el miedo al mar.
Desde hace meses, las autoridades estadounidenses insisten en que quienes sean atrapados en el mar no podrán entrar a Estados Unidos ni calificar para ningún tipo de beneficio migratorio. La mayoría es devuelta a Cuba o, como en este caso, a las autoridades del país donde son localizados.
El éxodo no se detiene: solo cambia de forma
Aunque los números han bajado, la crisis que impulsa la migración cubana no ha hecho más que agravarse. El país vive una emergencia humanitaria disfrazada de “resistencia creativa”, con apagones diarios, inflación galopante, hospitales en ruinas y un gobierno más ocupado en controlar que en gobernar.
Según los últimos datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), en marzo solo se registraron 132 ingresos irregulares de cubanos a EE.UU., y en abril apenas 130, incluyendo cruces terrestres y marítimos.
Muchos atribuyen esta baja al endurecimiento de las políticas migratorias bajo el mandato de Donald Trump, políticas que han sido continuadas con matices por la actual administración. Pero eso no significa que el problema haya desaparecido: solo que los caminos están cada vez más cerrados y los riesgos más altos.
Cuando vivir en Cuba se vuelve más peligroso que el mar
Aunque parezca contradictorio, cada cubano que se lanza al mar con una tabla o un bote improvisado está gritando lo que en la isla no se puede decir en voz alta: “Aquí no se puede vivir”. El régimen podrá decir misa en la ONU o en los medios oficialistas, pero la verdadera encuesta está en las costas, donde cada semana aparecen nuevas embarcaciones, cuerpos o historias de escape frustrado.
Los seis migrantes interceptados esta semana son solo una gota en el mar de cubanos que sueñan con irse. Pero detrás de cada uno hay una historia de hambre, miedo y desesperanza que ningún parte oficial va a contar.
Porque mientras el castrismo siga estrangulando al país, el deseo de escapar será tan cubano como el arroz congrí. Y aunque el Estrecho de Florida esté lleno de patrulleras, la necesidad de libertad no se puede contener con un radar.