El actor cubano Alejandro Cuervo aterrizó en Miami como quien viene de un paseo por Varadero. Pero su visita no fue recibida solo con palmaditas en la espalda y mojitos en la orilla. Las redes se le fueron encima como ola brava, y no por su peinado ni su look, sino por lo que no dijo… y por lo que no quiso decir.
En una entrevista reciente con el periodista Javier Díaz, de Univisión 23, Cuervo soltó un discurso lleno de ambigüedades y defensa propia, mientras intentaba justificar por qué prefiere callar antes que incomodar al régimen que dejó atrás… pero que aún no se atreve a señalar con el dedo.
“¿No estamos en el país de las libertades?”, preguntó, como quien acaba de descubrir la Primera Enmienda. Y claro que lo está, pero parece que la libertad de expresión que tanto menciona, él la prefiere usar para no decir nada que moleste a nadie.
Evasivo con los presos políticos, Cuervo se limitó a decir que “han pasado cosas” en Cuba, sin mencionar a ninguno de los cientos que siguen encerrados por alzar la voz. Lo que dijo, y lo que no, dejó claro su juego: reconoce lo obvio sin comprometerse con nadie, ni con los que sufren en la isla ni con quienes lo reciben en libertad.
“Para mí no es una vía arriesgar libertad”, soltó sin sonrojarse. Como si en Cuba alguien pudiera hablar libremente sin pagar un precio. Como si vivir callado fuera sinónimo de prudencia y no de complicidad.
Cuervo prefiere escudarse en lo que no hicieron otros: “¿Cómo me vas a pedir que yo haga lo que tú no tuviste valor de hacer?”. Pero lo que no entiende, o finge no entender, es que la responsabilidad moral de un artista público no desaparece solo porque otros también guardaron silencio. Y si ahora tiene acceso a la libertad, ¿por qué usarla para justificar el mutismo?
Criticó a los influencers del exilio, diciendo que le exigen cosas que ellos mismos no hicieron en Cuba. Pero muchos de esos mismos hoy sí se plantan con nombre y apellido, algo que él, con toda su visibilidad, sigue evitando.
Según Cuervo, su prioridad es su familia y su carrera. Y claro, uno lo entiende, nadie quiere perderlo todo. Pero también es cierto que vivir cómodamente entre privilegios otorgados por una dictadura, mientras otros pagan con cárcel, miseria o exilio por decir la verdad, tiene un precio ético altísimo.
En sus redes, el actor se ha mostrado feliz, disfrutando conciertos, paseos en bote, abrazos y selfies en eventos con conocidos. Todo bien. Menos la conciencia, que parece estar en modo avión.
Su caso vuelve a encender el debate: ¿qué se espera de los artistas que viven en Cuba y viajan al exterior? ¿Tienen derecho a seguir en su burbuja “apolítica” mientras la isla entera arde en represión y escasez?
Porque sí, la libertad incluye callarse. Pero también implica que otros tengan derecho a señalar ese silencio, sobre todo cuando viene de quienes han vivido del aplauso de un pueblo que hoy solo pide una cosa: dignidad.
