Un cubano acaba de ser condenado a 20 años de prisión en Ciego de Ávila por cultivar marihuana, en un juicio que el régimen no dudó en calificar como “ejemplarizante”, una palabra que cada vez usan más para justificar el abuso de poder y el show público.
El tribunal también castigó a otro ciudadano con tres años de encierro solo por saber lo que pasaba y no delatar al vecino. Como si eso no bastara, a ambos les cayeron encima restricciones extra: no pueden salir del país, y les confiscaron todo lo que supuestamente usaron para el cultivo.
Juicios con escarmiento y propaganda
El juicio, celebrado con público y cámaras, fue parte del llamado “tercer ejercicio nacional” del régimen contra las ilegalidades, una especie de cruzada punitiva donde no hay espacio para análisis sociales, ni para soluciones reales. Lo que sí hubo fue público invitado, especialmente estudiantes, como si se tratara de una obra de teatro. Todo muy bien armado para sembrar miedo desde temprano.
Granma, como siempre, aplaudió el circo, y destacó la “tolerancia cero” con las drogas. Pero lo que no dijo es que detrás de cada cultivo ilegal hay hambre, desempleo y falta de opciones reales para ganarse la vida dignamente en Cuba.
Represión en vez de soluciones
Este caso no es aislado. En lo que va de junio, las autoridades han multiplicado los juicios de este tipo. En La Habana, por ejemplo, otro cubano fue sentenciado a 20 años por recibir un aire acondicionado con cocaína líquida, sin que se investigara quién lo mandó ni cómo llegó. ¿La red internacional? Bien, gracias.
Mientras tanto, en Matanzas, dos jóvenes enfrentan peticiones fiscales de hasta 9 años por traficar con “químico”, una droga sintética que está haciendo estragos entre los más pobres. ¿Dónde están los responsables de importar estos productos? Esos nunca salen en cámara.
En Santiago de Cuba la cosa no pinta mejor. En mayo, la policía se jactó de desmantelar una plantación con más de 2,000 matas de marihuana, y en junio encontraron casi 19 mil semillas y 950 plantas en una casa del poblado de Sigua. En ambos casos, los medios oficialistas aplaudieron la colaboración de “la población consciente”, sin mencionar el por qué muchos terminan sembrando lo que sea para sobrevivir.
La miseria no se combate con cárcel
Mientras en países de la región se discuten leyes para regular o despenalizar el cannabis, en Cuba la respuesta sigue siendo mano dura, represión y silencio. No importa si cultivas para vender, para fumar o para buscar alternativas al hambre. En la isla, todo eso es delito, sin matices.
El régimen insiste en montar estos espectáculos de “justicia ejemplarizante” en medio de apagones interminables, inflación sin freno, escasez de comida y una emigración que ya ha dejado vacías comunidades enteras. En lugar de atacar la raíz del problema —la pobreza extrema que ellos mismos han provocado—, prefieren criminalizar al pueblo.
Con cada sentencia desmedida, el castrismo deja claro que no tiene soluciones, solo castigos. Mientras el país colapsa, su justicia sigue mirando al techo y echándole la culpa al que intenta sobrevivir por su cuenta.