Sofía solo tiene 10 años, pero ya carga con el peso de una espera que le rompe el alma. Vive con su abuela en La Habana, mientras su madre, Lia Llanes, trata de construirles un futuro mejor desde Miami. Lo que debió ser una historia de reencuentro y esperanza, terminó siendo otra víctima más de las absurdas políticas migratorias que separan familias y destrozan infancias.
Después de tres años de sacrificios, Lia logró convertirse en residente legal en Estados Unidos. Con mucho esfuerzo y papeleo, finalmente consiguió que le aprobaran la visa de reunificación familiar para su hija. Sofía ya se preparaba para la entrevista final en la embajada, aprendía inglés, soñaba despierta con abrazar a su mamá. Pero todo se vino abajo el 5 de junio, cuando el expresidente Donald Trump firmó una proclamación que prohíbe la entrada a ciertos inmigrantes, incluidos los cubanos, alegando razones de “seguridad nacional”.
Un decreto que no entiende de abrazos ni de lágrimas
La medida impide que los residentes permanentes, como Lia, puedan traer legalmente a sus hijos. Solo los ciudadanos estadounidenses pueden hacerlo ahora. Una política fría, diseñada desde la distancia, sin rostro ni corazón. Y Sofía, que ya contaba los días para cruzar el charco, se quedó en el aire.
“Presidente Trump, por favor, reconsidere. Yo solo quiero estar con mi mamá”, dice la niña en un video que ha conmovido a cientos dentro y fuera de Cuba. Su voz, entrecortada por el llanto, es el reflejo de lo que muchos niños cubanos sienten: la frustración de ser prisioneros de decisiones ajenas.
Lia contó entre lágrimas que su hija pasó dos días sin hablar con nadie después de recibir la noticia. “Ella ya estaba lista. Ya lo tenía todo. Y de pronto, se lo arrebatan”, lamentó en declaraciones a CBS News.
Detrás de cada visa hay una historia, un corazón esperando
El abogado de inmigración Saman Movaghassi lo explicó sin rodeos: “Estas restricciones están destrozando familias. Niños como Sofía quedan atrapados en un limbo que no tiene sentido. Es difícil explicarles que, por un decreto, ya no pueden ver a sus padres”.
Y no es solo el caso de Sofía. Hay miles de familias cubanas paralizadas, atrapadas entre dos sistemas que se dan la espalda mutuamente: un régimen dictatorial que no suelta y un sistema migratorio estadounidense que no abraza.
Marcos, por ejemplo, llevaba nueve años esperando reunirse con su papá bajo una visa F2B. Justo cuando le tocaba entrevista, la nueva política de Trump paralizó todo. Aunque su visa fue aprobada, nunca se la entregaron. “Nueve años perdidos, como si la vida se pudiera archivar”, dijo una amiga cercana al diario El País.
En TikTok, una madre cubana se volvió viral al contar entre lágrimas que ya no puede reclamar a sus hijos hasta obtener la ciudadanía. “Hoy recibí la peor noticia de mi vida… todo por culpa de nuestro gran presidente”, escribió con dolor.
Y en redes no paran de aparecer historias similares. Un cubano denunció que, tras años de espera, su visa fue rechazada bajo la polémica Sección 212(f) de la Ley de Inmigración. “Nos han arrancado el sueño de estar juntos”, lamentó.
Una infancia suspendida en la distancia
Mientras tanto, Sofía sigue en La Habana, esperando. Su mamá hará lo posible por hacerse ciudadana, pero sabe que ese trámite puede tardar dos años más, una eternidad en la vida de una niña que solo quiere cumpleaños con mamá, cuentos antes de dormir, y abrazos de verdad.
Esta historia es solo una entre tantas. Pero también es un recordatorio urgente: las políticas migratorias tienen rostro, tienen nombre. Y también tienen lágrimas.