Lo poco que quedaba fuera del control del régimen en Holguín ya va camino a desaparecer. El emblemático mercado “Los Chinos” fue prácticamente barrido del mapa por órdenes directas del Partido Comunista, dejando tras de sí estantes vacíos, comerciantes sin sustento y un pueblo que mira, una vez más, cómo le quitan hasta lo que funcionaba.
Ese mercado, que había logrado convertirse en un alivio para los holguineros de a pie, fue clausurado por la fuerza, con inspectores lanzados como jauría a imponer multas y desalojar vendedores, sin mediar diálogo ni buscar soluciones. Lo que debió ser una oportunidad para organizar y mejorar, el régimen lo convirtió en otro episodio de represión económica contra su propio pueblo.
“No construyen nada, pero destruyen todo lo que no puedan controlar”, fue el lamento de uno de los tantos afectados. Y tiene razón. Los que estaban haciendo algo útil, vendiendo comida o productos básicos a precios accesibles, fueron castigados con la bota administrativa, mientras los negocios de los enchufados siguen intactos.
Un sistema podrido que se alimenta de la miseria
Los testimonios abundan: inspectores que extorsionan a los emprendedores, funcionarios que se hacen los ciegos ante el desorden hasta que conviene “meter mano”, y decisiones que, lejos de resolver, asfixian aún más a una población desesperada. La corrupción se ha vuelto la regla del juego, y los que no pagan peaje o no tienen padrinos, son los primeros en caer.
Como bien dicen en las calles: “El castrismo no tolera lo que no le deja ganancias. Si no puedes exprimirlo, entonces lo aniquilas”. Esa ha sido siempre la lógica de un régimen que vive de aplastar cualquier forma de autonomía, por pequeña que sea.
El área de “Los Chinos”, que alguna vez fue un espacio deportivo y de circo, luego un punto de venta de cerveza en tiempos difíciles, y más tarde un espacio para fiestas y comercio popular, ahora está en ruinas por la incompetencia de quienes deberían gestionarla con visión y creatividad. Pero no, la receta del régimen es siempre la misma: cortar de raíz, reprimir y callar.
El pueblo paga la fiesta de los privilegiados
Mientras en Holguín los vendedores luchan por subsistir, el títere de Palacio, Miguel Díaz-Canel, pasea por Bielorrusia, sonriendo al lado de dictadores como si no tuviera un país hecho trizas bajo sus pies. Afuera, habla de “cooperación y desarrollo”; adentro, reprime y arruina al cubano que se busca la vida honradamente.
¿Y los hoteles de Gaviota? Llenos de comida, pero vacíos de turistas. Alimentan a los generales, a los hijos de papá, a los privilegiados del círculo rojo. Porque en la Cuba de hoy, el cubano de a pie solo sirve para marchar, para aplaudir y para aguantar.
Los que frecuentaban el mercado “Los Chinos” lo tienen claro: “Nos están empujando a comprar en sus tiendas en MLC o en las Mipymes infladas que son puro maquillaje para seguir controlando el dinero del pueblo”. Tiendas donde todo se cobra en dólares, pero donde el cubano cobra en pesos que ya no valen ni el papel en que se imprimen.
350 trabajadores llevan semanas sin poder ganarse el pan
Casi cuatrocientas personas, entre vendedores y trabajadores del mercado, llevan más de dos semanas sin ingresos, sin poder vender un solo plato de comida o un refresco. Y no por violar leyes, sino porque el poder local decidió de la noche a la mañana cerrar el mercado, sin alternativas, sin diálogo, sin corazón.
Y mientras ellos aguantan el castigo, los negocios de la familia real de la dictadura y sus testaferros siguen operando sin que nadie les toque un pelo. Ahí sí no hay inspectores ni multas ni decomisos. Esa es la doble moral con la que el castrismo gobierna: castiga al pobre y protege al corrupto con uniforme y carné del Partido.
Una vez más, el régimen demuestra que su guerra no es contra la pobreza, sino contra el que se atreva a buscar una salida fuera de su control. Y esa guerra, como siempre, la está perdiendo el pueblo.