En medio de los apagones, el hambre y el desespero que hoy marcan la vida diaria en Cuba, Santiago de Cuba sacó a relucir su espíritu indomable. El 26 de junio, una conga callejera le dio vida a un barrio entero, demostrando que, a pesar de todo, el cubano no pierde su alegría ni su alma festiva, aunque el país entero parezca hecho trizas.
El momento fue capturado por la usuaria cubana @claudiarios0366 en TikTok, donde se puede ver una multitud compacta bailando con sabrosura al ritmo del tambor y del corazón. “No es verlo, es estar ahí. La vibra es única”, escribió junto al video, y no le falta razón: la conga no se escucha, se siente en la piel y en los huesos.
Sombreros, colores, gritos, sudor, calor y pura cubanía se mezclaron en las calles como una sacudida de vida. La imagen de gente de todas las edades, con los pies descalzos o en chancletas, moviéndose sin miedo al sol ni a la realidad, es el retrato más sincero de lo que somos como pueblo: resilientes, alegres y rebeldes por naturaleza.
Aunque no se aclaró si la conga era parte de alguna festividad oficial o simplemente una reacción espontánea del barrio, no hace falta mucho para entender de dónde sale tanta energía: el cubano baila para no llorar, canta para no rendirse, y convierte cualquier esquina en escenario.
En redes sociales, el video tocó fibras profundas, sobre todo entre los cubanos que viven fuera de la isla. Muchos sintieron nostalgia, otros orgullo, y algunos no pudieron evitar la tristeza al ver tanta alegría brotando en un país que vive bajo una dictadura que reprime hasta la risa si no le conviene.
Santiago de Cuba, conocida como la cuna del son y la resistencia, sigue marcando el compás del alma nacional. La conga, más allá del baile, es una declaración de vida, una forma de decir “aquí estamos” cuando todo a tu alrededor parece apagado.
Mientras los jerarcas del régimen siguen enfrascados en justificar el caos, Santiago recuerda al mundo que la cultura y la calle siguen siendo libres, aunque el gobierno intente amordazarlas. Porque sí, podrán controlar las noticias, las redes o el pan de la bodega, pero jamás podrán apagar el tambor ni el paso del cubano que baila aunque le duela.