El pasado 5 de junio, la tranquilidad del barrio se rompió en Manzanillo cuando el pequeño Manuel, de solo 12 años, fue arrollado por una moto mientras jugaba en su bicicleta. Lo que empezó como una tarde cualquiera terminó convirtiéndose en una lucha desesperada por su vida.
La noticia llegó como un puñal para su madre, quien recibió la llamada desde el Hospital Infantil Hermanos Cordové con una frase que ningún padre quiere escuchar: “Su hijo está grave”. El accidente dejó al niño con un trauma craneal severo, fractura frontoparietal y exposición de masa encefálica. A pesar de que ingresó al hospital consciente, su estado se deterioró en cuestión de minutos.
Los sistemas neurológico y respiratorio de Manuel comenzaron a fallar. El deterioro fue tan acelerado que ni siquiera pudo ser trasladado a Bayamo, donde se encuentra el Hospital Provincial Carlos Manuel de Céspedes. La única opción: operar de inmediato en Manzanillo, aunque el hospital no tenía experiencia en intervenciones tan complejas.
Ahí fue cuando entró en escena el cirujano José Ángel Patiño Matamoros, quien se trasladó desde Bayamo a toda velocidad, sabiendo que cada segundo contaba. En una operación que duró seis horas, el doctor y su equipo lograron lo que muchos habrían creído imposible: salvarle la vida al niño en un quirófano sin los recursos adecuados para ese tipo de emergencia.
“Era un caso muy complicado, con huesos fracturados y masa encefálica expuesta. La duramadre estaba tan dañada que no se distinguían ni los bordes”, explicó el doctor Patiño en declaraciones a CNCTV. Agregó que fue una situación “específica, única, especial”, ya que ni el salón ni la terapia intensiva habían enfrentado algo parecido antes.
Gracias al esfuerzo titánico del equipo médico y la voluntad de un cirujano que no se rindió, Manuel ahora está en su casa, rodeado de su familia, recuperándose poco a poco. Es un alivio en medio de tantas noticias tristes. Un pequeño rayo de esperanza que demuestra que, cuando hay voluntad y corazón, la medicina cubana —a pesar de las carencias del sistema— aún puede obrar milagros.
Pero este caso también deja al descubierto una verdad incómoda: ¿cuántos hospitales en Cuba están realmente preparados para una emergencia de esta magnitud? ¿Cuántos niños no corren con la misma suerte de Manuel porque no hay recursos, personal o voluntad?
Hoy celebramos su vida, pero también recordamos que un sistema de salud verdaderamente eficiente no debe depender de milagros ni de actos heroicos individuales. Tiene que garantizar que cualquier niño, en cualquier rincón del país, reciba la atención que necesita… sin tener que apostar su vida en el intento.
