Los muros de La Habana vuelven a hablar, esta vez con una frase que retumba como bofetada directa al poder: “Raúl singao. Abajo la dictadura”. El mensaje apareció esta semana bien clarito en una esquina de Buenavista, justo donde chocan las calles 70 y 27, dejando claro que el hartazgo popular no respeta linajes ni apellidos ilustres.
La foto del grafiti no tardó en dar vueltas por redes sociales. Fue publicada por el usuario @SanMemero en X (la ex-Twitter), como parte de lo que él llamó una “colaboración al concurso pinta tu pedacito”, una especie de movida ciudadana que usa la pared como trinchera contra la dictadura.
“El apellido se expande entre los dictadores”, soltó el internauta, echándole más leña al fuego aludiendo al clan Castro y su dinastía de represión. Porque sí, ya no es solo Díaz-Canel el blanco del famoso “singao” que retumbó en las calles el 11J. Ahora también Raúl Castro entra en la lista del desprecio popular. El pueblo está perdiendo el miedo, y lo está pintando en cada esquina.
Este grafiti no es un simple acto de rebeldía callejera. Es un gesto que desnuda con crudeza el desgaste del discurso oficial y el rechazo al continuismo impuesto desde arriba. Cuando el insulto salta del presente al pasado, es porque la gente ya no solo carga contra el títere, sino también contra el titiritero.
El lenguaje contestatario cubano está evolucionando, y con él la protesta simbólica. Cada vez más, los cubanos están dispuestos a decir en voz alta (o con spray en mano) lo que muchos piensan pero aún callan: que la dictadura sigue ahí, disfrazada, maquillada, pero igual de represiva.
En este junio caluroso y lleno de apagones, las paredes se han vuelto la voz del pueblo. Hace unos días, un grafiti similar apareció en un consultorio de Guanabacoa, a pesar de estar en zona de presencia militar. Otro brote de rebeldía se dio en la Isla de la Juventud, donde carteles con frases como “Díaz-Canel singao” y “Libertad” rompieron el silencio impuesto por los apagones. En Regla, otro municipio habanero, surgieron mensajes como “Hasta cuándo” y “Nos están matando”, pintados justo al lado del Poder Popular. Esa osadía fue respondida con detención inmediata y hasta criminalistas en la escena, como si se tratara de un crimen de alto nivel.
Pero ni la pintura ni la represión pueden tapar la verdad: hay un despertar. Cada frase escrita en una pared es un acto de memoria y resistencia. Son mensajes que no solo apuntan contra las consecuencias de la crisis, sino contra sus verdaderos culpables: los mismos que han saqueado al país por décadas y que ahora, acorralados por la rabia popular, se ven obligados a barrer sus propios rostros de los muros.
Y aunque la policía corra a tapar lo que aparece, aunque los medios callen y las cámaras miren hacia otro lado, las redes se encargan de amplificar cada brochazo de indignación. Porque en este país donde todo se vigila y nada se resuelve, el grafiti se ha convertido en grito y espejo. Un espejo que muestra sin filtros el rostro descompuesto de un régimen que ya nadie respeta.
La pintada en Buenavista no es un caso aislado. Es parte de un coro que va creciendo en toda la Isla, un coro que no necesita micrófono, solo una pared, un mensaje y la valentía de quien se atreve a escribirlo.
