En medio de apagones interminables, neveras vacías y una olla que ya ni pita, el régimen cubano sigue dependiendo de la caridad internacional para intentar medio tapar el desastre alimentario que ha provocado con décadas de ineficiencia y control férreo sobre la producción agrícola.
Según datos del propio Programa Mundial de Alimentos (PMA), entre 2021 y 2025 se han canalizado hacia Cuba unos 57.9 millones de dólares para intentar aliviar la crisis de seguridad alimentaria y nutricional. ¿El destino de esos millones? Principalmente arroz, granos y aceite, que se distribuyen en sectores “vulnerables” y se activan en situaciones de emergencia. En otras palabras: comida de donación para un país que, en teoría, tiene tierras fértiles, campesinos dispuestos a trabajar y un clima que permite sembrar casi todo el año.
Pero no. La realidad es que sin ayuda internacional, en Cuba no se come.
Unos cinco millones de esos dólares han sido dirigidos a garantizar una “dieta variada y nutritiva” para niños de primaria en ciertas provincias orientales. Claro, eso solo ocurre en municipios seleccionados, como si el hambre tuviera código postal. La intención suena bonita, pero no hay un cambio estructural: todo sigue siendo un paliativo, nunca una solución.
Rusia, el mecenas de turno
Del total del dinero invertido, más del 30% vino de Rusia, a través del Ministerio para Emergencias (EMERCOM). Con esos fondos, se compraron casi 850 toneladas de aceite vegetal, de las cuales solo unas 650 ya han llegado a la Isla. El 18 de junio, en un típico show oficialista lleno de banderitas y discursos vacíos, entregaron poco más de la mitad de eso como si fuera un regalo celestial. Mientras tanto, en los barrios cubanos la gente cocina con lo que aparezca… o simplemente no cocina.
El proyecto “Actúa diferente”: mucho nombre, poco impacto
Otra de las iniciativas del PMA, en colaboración con el gobierno cubano y la agencia de cooperación surcoreana KOICA, se llama “Actúa diferente” y va por su segunda fase. Este programa, que se extenderá hasta 2029, pretende beneficiar a unas 26 mil personas en zonas rurales, incluyendo niños en guarderías, embarazadas y ancianos que dependen de comedores comunitarios.
Etienne Labande, representante del PMA en Cuba, aseguró que el proyecto ha permitido a algunos productores adaptarse mejor al clima, reducir pérdidas y garantizar un flujo más estable de alimentos. Pero lo cierto es que el alcance sigue siendo mínimo y fragmentado, con resultados puntuales en unos pocos municipios del oriente cubano, mientras el resto del país se cae a pedazos.
El fracaso del régimen, tapado con parches extranjeros
Más allá de los millones y los proyectos, lo que queda claro es que el Estado cubano ha fracasado rotundamente en garantizar algo tan básico como la comida. Todo sigue dependiendo de importaciones, ayudas y cooperación externa, porque no hay voluntad ni capacidad para transformar la agricultura de forma autosostenible.
En 2024, el gobierno tuvo que arrodillarse ante el PMA y pedir ayuda para conseguir leche en polvo para los niños menores de siete años. Sí, en pleno siglo XXI y con más de 60 años de “revolución”, Cuba no puede ni garantizarle un vaso de leche a sus propios niños.
Los obstáculos se repiten una y otra vez: maquinaria obsoleta, escasez de fertilizantes, restricciones absurdas a los productores privados, inflación galopante y un desorden económico generalizado. Mientras tanto, la producción de alimentos esenciales como arroz, cerdo, huevos, leche, viandas y frijoles sigue en caída libre.
El hambre se ha vuelto rutina
Hoy en día, ni el salario mínimo, ni el promedio, ni las miserables pensiones alcanzan para llenar un plato. Una hora de trabajo en Cuba apenas sirve para comprar un par de cucharadas de arroz… y si acaso. En muchas casas, la gente come una sola vez al día, y mal. En las escuelas y universidades, la comida es escasa, insípida y vergonzosa.
Los jubilados son los más golpeados. Un 39% cobra la pensión mínima: apenas 1,528 CUP al mes, una miseria que no da ni para pagar un cartucho de huevos. Quienes no tienen remesas del extranjero sobreviven como pueden, dependiendo de lo que llega a la bodega, con arroz racionado, azúcar con suerte, y más promesas que comida.
Inflación desbocada y estómagos vacíos
Todo esto se agravó con el caos que dejó la famosa “Tarea Ordenamiento”, esa reforma que prometía ordenar y solo trajo más confusión y miseria. Los precios subieron por el cielo, los salarios se quedaron abajo, y el cubano de a pie sigue atrapado entre apagones, colas eternas y una desesperanza que no cabe en ninguna libreta de racionamiento.
Ya no se trata de una crisis puntual. En 2025, la inseguridad alimentaria en Cuba se ha convertido en una emergencia humanitaria crónica, como denunció recientemente la organización independiente Food Monitor Program (FMP). Y lo peor es que no hay luz al final del túnel… solo más apagones y más hambre.
Mientras el régimen repite consignas vacías, el pueblo cubano sobrevive gracias a la solidaridad de otros países. La revolución prometió pan, dignidad y justicia… y terminó entregando hambre, miedo y apagones.
