La crisis energética que ahoga a Cuba desde hace años acaba de tocar fondo —otra vez. Este sábado, la Unión Eléctrica (UNE) confirmó lo impensable: el país enfrentaría un apagón de 1,977 megawatts, superando incluso el récord negativo de abril, cuando la afectación llegó a los 1,901 MW. En palabras simples: más de la mitad del país quedó a oscuras en el momento de mayor demanda.
A las siete de la mañana, la isla apenas contaba con 1,580 MW disponibles frente a una demanda que rozaba los 2,900. La afectación inmediata fue de 1,357 MW, una cifra que siguió subiendo como la espuma hacia el mediodía. Para la noche, con una demanda de 3,600 MW, la pesadilla creció hasta los 1,977 MW de déficit. Todo un desastre, anunciado con números y con sudor en los portales de cada casa.
El Sistema Electroenergético Nacional (SEN) está colapsado, en ruinas, y sin señales de resurrección. Cada semana que pasa es peor que la anterior. Las averías ya son pan diario: unidades 5 y 6 de Mariel fuera, lo mismo en Nuevitas y Felton. Y para colmo, Santa Cruz, Cienfuegos y Renté en “mantenimiento”, como si eso aún significara algo en este caos.
A esto se le suma la falta de combustible, que mantiene 73 centrales de generación apagadas, mientras otras quedan fuera por falta de aceite o porque la patana de Regla, esa que parecía el gran “salvavidas”, también tiene sus propias crisis. ¿Y los parques solares? Pues ahí están, decorativos casi, con apenas 303 MW de pico ayer, que no cubren ni el café de la mañana de un municipio.
La situación es desesperante y la población lo sabe. Mientras el déficit crece, los apagones se alargan. En muchas provincias, los cortes duran más de 24 horas. Ya ni La Habana se salva. Los apagones llegaron a la capital como el ciclón del 2008: sin pedir permiso y arrasando con todo.
¿Y qué hace el régimen? Lanza campañas como “Energía Joven”, donde mandan a muchachos de pulóver blanco a hablar de ahorro y “resistencia”, mientras el pueblo se cocina bajo el sol, sin ventilador, sin nevera y sin paciencia. Lo que hace falta no son discursos, sino plantas que funcionen, petróleo en los tanques y menos mentiras en la televisión.
La cifra de hoy no es solo un número frío: es el reflejo de un país quebrado. Un apagón de 1,977 MW es el símbolo más brutal del fracaso de una estructura que ya no aguanta más. Ni económica, ni técnica, ni políticamente. Y lo peor: no hay un plan real para cambiar la historia.
Mientras el gobierno sigue hablando de paneles solares y sueños de transición energética, la realidad en el campo es otra. En Pinar del Río, los campesinos del tabaco —uno de los orgullos nacionales— reportan una caída del 21% en la cosecha, justo por la falta de electricidad para secar las hojas. Hectáreas enteras se pierden, mientras los burócratas hablan de “ajustes productivos” desde sus oficinas con aire acondicionado.
La isla se sumerge en la oscuridad más allá del alumbrado. Cuba no solo está sin luz, también sin rumbo y sin respuestas. El colapso del SEN es apenas un síntoma de algo más profundo: un país en ruinas, dirigido por un sistema que solo sabe apagar, pero nunca encender.
