Narali Arévalo-Casay, un joven cubano de apenas 23 años, se ha convertido en el rostro de una nueva arremetida contra los migrantes en Estados Unidos. Su caso, ventilado en una corte federal de El Paso, ha encendido las alarmas entre la comunidad cubana en el exilio, que ve con preocupación cómo se intensifica la criminalización de quienes huyen del desastre social y político que impone el régimen en la Isla.
El joven cruzó el río Bravo el 7 de mayo, apenas a una milla del cruce fronterizo Paso del Norte. Lo hizo por una zona considerada de “defensa nacional”, y ahí mismo terminó arrestado por la Patrulla Fronteriza. Ese simple paso, desesperado y fuera de ruta, le costó un juicio federal por entrar sin autorización a una zona militar restringida.
Aunque el juez Miguel Torres lo condenó a “tiempo cumplido” —lo que le evitó más días tras las rejas—, la condena queda tatuada en su expediente migratorio como antecedente penal, un lastre que podría complicarle enormemente su permanencia legal en Estados Unidos.
Este caso no ocurrió en el vacío. Fue parte de la Operación Take Back America, una campaña del Departamento de Justicia que, en nombre de la “seguridad nacional”, endurece los procedimientos contra migrantes. La estrategia, supuestamente dirigida a combatir carteles y proteger comunidades, termina golpeando de lleno a los más vulnerables: los que huyen con lo puesto, los que no tienen más remedio que lanzarse al río.
Muchos se preguntan si Arévalo tenía pensado entregarse a las autoridades para pedir asilo, como hacen miles de cubanos cada año. Pero ni siquiera hubo espacio para esa duda. El simple hecho de haber entrado por una franja “prohibida” bastó para llevarlo ante un jurado y etiquetarlo como infractor federal.
Ahora, con esa condena a cuestas, Narali podría enfrentar una deportación o quedar atrapado en un limbo migratorio sin final claro. Aún no se sabe si solicitará asilo o si las autoridades lo enviarán de vuelta a Cuba, donde lo espera la miseria, la represión… y el miedo.
La situación ocurre en medio de un viraje aún más radical en la política migratoria estadounidense tras el regreso de Donald Trump a la presidencia. El nuevo paquete de medidas ha borrado del mapa herramientas clave como el parole humanitario y CBP One, ha reactivado el programa “Quédate en México” y ha limitado brutalmente la entrada de cubanos por la frontera sur.
El mensaje es claro: ya no hay espacio para los desesperados. El sistema no perdona errores de ruta, y cruzar por donde no es “permitido” puede acabar en un tribunal federal, con consecuencias graves para quienes lo único que buscan es un futuro mejor, lejos del totalitarismo.
Para Narali y tantos como él, el camino hacia la libertad se ha vuelto una trampa minada de burocracia, castigos y puertas cerradas. Mientras el régimen cubano sigue expulsando a su gente por hambre y persecución, el mundo democrático, que alguna vez fue refugio, parece ahora más dispuesto a levantar muros que a tender manos.