¡Paren las rotativas, que en Cuba hasta el aceite viene con cuento! El reconocido cineasta cubano Enrique “Kiki” Álvarez se lanzó con todo en redes sociales para denunciar una estafa que lo dejó boquiabierto (y a nosotros también). Resulta que compró una botella supuestamente de aceite de oliva en una mipyme en Miramar, La Habana, y lo que encontró dentro fue cualquier cosa… menos aceite de oliva. Ni sabor, ni olor, ni rastro de la oliva prometida. ¡Ni extra, ni virgen, ni nada!
La historia comenzó con algo tan sencillo como querer cocinar con aceite decente. Kiki pensó que estaba invirtiendo en un aceite de oliva extra virgen —porque, claro, uno quiere comer bien aunque sea de vez en cuando— y terminó llevándose un fraude monumental. En su publicación en Facebook, el cineasta explicó que, aunque la botella estaba sellada, el contenido era un líquido clarito, insípido e inholoro que ni remotamente parecía aceite de oliva. “Esperemos que, al menos, sea comestible”, escribió con ironía.
Lo más descarado es que el truco estaba escondido en la famosa letra pequeña: el aceite resultó ser 95 % girasol y solo 5 % oliva. Y claro, la etiqueta bien grande y en español dice “Aceite de Oliva”, pero la verdad está escrita chiquitico y en inglés. Publicidad engañosa con sello y todo. ¡Así quién se entera!
Kiki dejó claro que el engaño no ocurrió en el punto de venta, sino que venía de antes, de la cadena de suministro: ya sea el importador o el proveedor, o quizás ambos. Y es que, según el cineasta, este caso es solo la punta del iceberg en un país donde los negocios privados florecen… pero los controles de calidad brillan por su ausencia.
“Todo esto es producto de una economía disfuncional que ni siquiera tiene mecanismos reales para proteger al consumidor”, denunció Kiki en su post. Y aprovechó para mencionar otros ejemplos de engaños cotidianos en la isla: frutas “inyectadas”, mantequillas rebajadas con agua y mil trampas más que convierten al cubano promedio en un consumidor de quinta categoría. ¡Un verdadero festival de estafas!
La publicación de Kiki encendió las redes. Decenas de usuarios comentaron que les había pasado lo mismo: algunos pagaron 1,500 pesos, otros hasta 3,800, sin darse cuenta de que solo estaban comprando girasol disfrazado de oliva. Es un patrón que se repite una y otra vez: etiquetas engañosas, letras microscópicas y precios de escándalo. ¡Y a callar, porque opciones no hay muchas!
Y es que el tema va mucho más allá de una simple botella de aceite. Estamos ante un reflejo perfecto de un país donde la escasez ya no es solo de productos, sino también de ética y de controles institucionales. La gente está cansada de que en cualquier comercio —ya sea estatal o privado— les vendan gato por liebre, y de que los reclamos terminen en nada.
La televisión cubana ha sacado reportajes criticando los precios de las mipymes, pero convenientemente se olvidan de mencionar que las tiendas en dólares del gobierno son todavía más caras. Los emprendedores privados se quejan de que los mercados mayoristas estatales no les venden suficiente mercancía, mientras los consumidores se ven atrapados en un círculo vicioso de precios altos y productos de mala calidad.
Cada vez son más los casos que demuestran la pésima situación de la alimentación en Cuba. Desde el arroz lleno de gorgojos que llega a las bodegas, hasta el pan normado en Santiago de Cuba que aparece quemado y con sabor extraño, pasando por la decepción que sigue siendo la icónica heladería estatal Coppelia, que prometía mejorar y sigue igual de limitada en sabores y servicio.
Así que ya sabes: en Cuba, ni el aceite se salva. Y mientras la letra pequeña siga siendo el arma favorita de los estafadores, el cubano seguirá pagando caro… por cualquier cosa menos por lo que realmente cree estar comprando.
