El régimen cubano ha vuelto a sacar a relucir su puño “ejemplarizante” con una serie de juicios públicos en Santiago de Cuba, esta vez relacionados con delitos de drogas, y como siempre, con un enfoque más teatral que justo. En una provincia donde la desesperanza crece al mismo ritmo que la inflación, el aparato judicial se presenta como salvador, cuando en realidad lo que hace es reforzar la represión con toga y mazo.
Varios jóvenes fueron condenados a penas que oscilan entre ocho y doce años de prisión. Según los partes oficiales, uno de ellos, de solo 25 años, recibió la pena máxima por traficar clorhidrato de cocaína. Lo acusan de formar parte de una red internacional con vínculos en Surinam, que operaba a través de envíos por paquetería. Fue detenido el 27 de septiembre, bajándose de un ómnibus en El Cristo, con dos paquetes de cocaína, dinero en efectivo y dos celulares. Nada que un tribunal revolucionario no pudiera convertir en escándalo nacional y castigo ejemplar.
Otra condena pesada cayó sobre una mujer venezolana de 64 años, que intentó ingresar 2 kilos de cocaína ocultos en cajas de mezcla para tortas. Fue interceptada en el aeropuerto Antonio Maceo con el cargamento y dinero en múltiples monedas. El tribunal no tuvo piedad y le cayó con doce años de cárcel. Así funciona el show: acusación rápida, juicio cerrado y sentencia dura, sin rastro de defensa efectiva ni revisión transparente.
Un joven de 23 años recibió ocho años por vender marihuana en su barrio. Según la versión oficial, preparaba los famosos “bombones” o cigarrillos artesanales y los vendía cerca de su casa. Tenía 77 envoltorios con 20 gramos de picadura vegetal, lo que según el tribunal equivalía a 500 cigarrillos. Aunque no tenía antecedentes penales, el tribunal decidió castigarlo igual por tener una «conducta social desajustada». En otras palabras: por no encajar en el molde del cubano sumiso que el régimen tanto adora.
También fue procesado otro joven de 24 años, a quien se le incautó cocaína, crack y marihuana. Las autoridades dijeron que producía y distribuía desde su casa. Durante un registro en septiembre pasado, le decomisaron “materiales utilizados en la fabricación de las drogas”, sin precisar cuáles ni en qué condiciones fue detenido. Otra pieza más del rompecabezas que se arma sin transparencia alguna.
Todo esto ocurre en medio del llamado “Tercer Ejercicio Nacional de prevención y enfrentamiento al delito, la corrupción, las drogas y las indisciplinas sociales”, una operación de propaganda que el Partido Comunista y sus órganos represivos venden como ofensiva moral, pero que en realidad funciona como herramienta de control político y disciplinamiento social.
Mientras el sistema grita “tolerancia cero” desde sus tribunales, la realidad es que cada vez más jóvenes se lanzan al abismo del mercado ilegal como única forma de sobrevivencia. En un país donde los sueldos no alcanzan ni para una comida decente, donde los apagones son rutina y el futuro no aparece ni por milagro, muchos terminan enredados en estas redes porque sencillamente no hay opciones legales para vivir con dignidad.
Pero en lugar de abordar las causas profundas del problema, el régimen prefiere exhibir los síntomas en tribunales públicos, como si con castigos desproporcionados pudiera borrar el fracaso estrepitoso de su modelo. Todo esto sucede además mientras nuevas restricciones migratorias desde EE.UU., impulsadas por el gobierno de Donald Trump, cortan aún más las vías de escape para quienes buscan otra vida fuera del encierro insular.
El mensaje de La Habana es claro: no importa por qué lo hiciste, ni si tu familia tenía qué comer, ni si eras un simple consumidor. Lo que importa es hacer del castigo un espectáculo. Que la gente vea, tema y se quede quieta. Que nadie olvide quién manda, ni siquiera cuando manda tan mal.
Y así, mientras la juventud cubana intenta respirar entre ruinas, escasez y desesperanza, el régimen sigue montando sus juicios como teatro de la crueldad. Porque cuando no se puede gobernar con justicia, siempre queda el miedo como herramienta de control.
