Mientras Cuba se hunde en una de sus crisis más brutales, con apagones eternos, la comida racionada hasta lo impensable y un transporte que parece sacado de un cuento de terror, el régimen no encuentra nada mejor que encender las luces del carnaval. Sí, aunque suene surrealista, Camagüey anda de fiesta, y no cualquier fiesta: el famoso San Juan camagüeyano sigue adelante, como si la realidad no estuviera hecha trizas.
El carnaval arrancó el pasado 23 de junio y se extenderá hasta este domingo, todo bajo un programa “modesto” y en espacios abiertos, según se apura a justificar el panfleto oficialista Granma. Lugares como la Plaza del Gallo, la Avenida Javier de la Vega o la Casa de la Trova fueron los escogidos para esta celebración que, a ojos del poder, es casi sagrada. Pero para muchos camagüeyanos, no hay fiesta que valga cuando la nevera está vacía y la luz no vuelve.
Aunque esta tradición tiene más de 300 años y nació entre las élites coloniales de Puerto Príncipe, donde se armaban jaranas con caballos y banquetes, lo que vemos hoy poco tiene que ver con ese origen. El régimen ha convertido una fiesta popular en una herramienta propagandística, aferrándose al folclor para intentar esconder el caos.
Y mientras el pueblo cuenta las horas sin corriente eléctrica, sin transporte decente y con una dieta impuesta por la escasez, el carnaval suena como una burla en estéreo. Camagüey vive apagones de más de 15 horas diarias, con barrios enteros sumidos en la penumbra, y aun así se impone el tambor.
No faltan los medios del régimen queriendo vender esta “alegría” prefabricada. Radio Cadena Agramonte, por ejemplo, escribió en X: “Todo el espíritu del San Juan Camagüeyano 2025, con cada detalle y el alma festiva”. Y como si la gente estuviera para congas, añadieron: “Espero que les haga vibrar tanto como a las congas que llenan nuestras calles de historia y alegría”. Vibrar, sí, pero de rabia.
Porque lo que más resuena en las calles no son los tambores, sino la indignación de un pueblo que ya no aguanta más maquillaje revolucionario. Cada vez que suena una conga, lo que muchos escuchan es la banda sonora del descaro.
No es la primera vez que la dictadura echa mano del «circo» para calmar al pueblo. En febrero, en plena Semana de la Cultura, las redes explotaron de críticas cuando los cubanos vieron que el show continuaba mientras ellos se las ingeniaban para cocinar con leña o aguantar sin ventilador. “Más circo y menos pan”, decían, y no se equivocaban.
El guión se repite en todo el país. Hace poco, Santiago de Cuba también fue escenario de otra conga oficialista, disfrazada de tradición, pero con el claro objetivo de anestesiar el descontento popular. Como quien pone música alta para no escuchar el grito de la gente.
Así que, mientras la realidad golpea fuerte, el régimen se aferra al carnaval como quien se agarra de un salvavidas hecho de humo. Pero ya no engañan a nadie. La fiesta puede durar un fin de semana, pero la crisis es de largo aliento… y el pueblo lo sabe.