En un país donde la mayoría apenas puede echarle un vistazo a la carne, mantener un bombillo encendido o llenar un pomo de agua potable, Sandro Castro, nieto del difunto dictador Fidel Castro, decidió volver a encender las redes sociales con una provocación que no tiene perdón ni gracia.
En su más reciente “hazaña digital”, el heredero del clan Castro apareció metido dentro de un tanque de agua, como los que millones de cubanos usan para almacenar lo poco que cae por las tuberías. Con tono burlón, se atrevió a decir que esa era «la mejor piscina que ha tenido», mientras en la vida real, los barrios están reventando de calor, sin corriente ni agua para tomar.
Desde su trono de descaro, Sandro se mofa de la escasez, afirmando entre risas que quería preparar su receta favorita: pollo a la cerveza, pero “no había pollo”. Una broma que duele más que cualquier sátira, porque todos sabemos que en su mesa nunca falta nada, aunque en la del cubano de a pie lo que sobra es aire y resignación.
Vestido con unas ridículas gafas y una gorra hecha con latas de Cristal, y agitando un tarro como si fuera trofeo, el nieto del dictador posaba frente a una bandera de Estados Unidos, como si eso fuera chiste o provocación para quienes tuvieron que huir del régimen que su propia familia instauró a sangre y fuego. El cinismo no le cabe en el cuerpo.
Y por si fuera poco, soltó una frase cargada de machismo y burla hacia el dolor ajeno: “Si yo te cojo, te doy como la UNE, cada cuatro horas y de lunes a lunes”, una referencia directa a los apagones interminables que tienen al pueblo sin dormir, sin cocinar, sin vivir. Para él, es solo un chiste más. Para millones, es tragedia diaria.
Sandro Castro se ha vuelto el símbolo vivo de la impunidad del poder. Mientras los hospitales se caen a pedazos, los estómagos suenan de hambre y los niños estudian a la luz de un mechón improvisado, él se pasea por La Habana con cámara en mano, burlándose de la miseria como quien cuenta un chiste malo en una fiesta privada.
No es la primera vez que lo hace. Dueño del bar EFE, uno de los locales más exclusivos de la capital, celebró su cumpleaños con entradas a precios que ni soñando puede pagar el cubano promedio. Pero él insiste en que tiene todo el derecho del mundo porque es “un joven revolucionario”.
La burla es descarada y sistemática. Cuando fue criticado por medios independientes, Sandro no pidió disculpas. Al contrario, se desató contra los periodistas, llamándolos “voceros de Estados Unidos” y “confundidos”. Como si denunciar el abuso fuera un delito y no una obligación moral.
Esta es la Cuba real: la que se desangra en colas infinitas mientras los nietos del poder se dan baños de cerveza en tanques vacíos. La que sufre apagones sin tregua mientras los descendientes del castrismo hacen chistes con la Unión Eléctrica. La que sobrevive con lo mínimo, mientras los hijos del régimen viven a cuerpo de rey, y encima, se ríen en nuestra cara.
Y así, entre carcajadas y latas de Cristal, Sandro Castro vuelve a recordarnos que el socialismo cubano es solo para el pueblo. Los privilegios, el descaro y la impunidad siguen siendo exclusivos de la familia real de la dictadura.