Mientras el pueblo cubano sobrevive entre apagones, escasez y colas infinitas, Miguel Díaz-Canel sigue paseándose por el mundo con aires de grandeza, como si representara a un país próspero. Su reciente visita a Minsk, la capital de Bielorrusia, fue el más reciente episodio de esa farsa diplomática donde el castrismo se codea con otros regímenes autoritarios, intercambiando sonrisas, flores y botellas de ron mientras Cuba arde de necesidad.
La parada en Minsk, justo antes del Foro Económico Euroasiático, sirvió para que Díaz-Canel y el dictador Aleksandr Lukashenko se regalaran mutuamente lujos y símbolos que, lejos de representar a sus pueblos, evidencian el descaro de las élites que los gobiernan.
El líder cubano —acompañado, como es costumbre, por su esposa Lis Cuesta en su papel de “primera dama” del desastre— llegó cargado de presentes: una caja de puros finamente guardada en un estuche con forma de bohío cubano, una botella de ron y hasta camisetas personalizadas para la ocasión. Como si el país no estuviera sumido en la peor crisis económica de su historia reciente, se permitió además entregar obsequios enviados por el propio Raúl Castro, reafirmando esa conexión entre camaradas que han hecho del poder un club exclusivo e impune.
“No soy fumador”, dijo Lukashenko, mientras sostenía los puros que el cubano le insistía en probar. “Bueno, lo intentaré”, añadió con tono condescendiente. La escena, transmitida por la televisión estatal Belarus 1, pareció más una comedia absurda que un acto diplomático serio. En contraste, el regalo del dictador bielorruso fue más simbólico que fastuoso: flores nacionales (acianos) y dulces tradicionales. “A las mujeres les encantan estas flores”, comentó Lukashenko, en un gesto cargado de paternalismo.
Sin embargo, más allá del intercambio de baratijas políticas, lo que salta a la vista es la absoluta desconexión de estos líderes con la realidad que azota a sus pueblos. Mientras en Cuba la gente no tiene ni cómo comprar aceite o pan, el gobernante viaja en avión prestado por Venezuela, participa en cumbres internacionales y propone megaproyectos como un “centro logístico” en la isla para distribuir mercancías de la Unión Económica Euroasiática (UEE) hacia América Latina. ¿Con qué recursos, señor Díaz-Canel? ¿Con qué infraestructura?
La propuesta suena tan hueca como sus discursos. Según él, este centro “ampliaría el potencial exportador de los países de la UEE y promovería inversiones extranjeras en la isla”. Pero todos sabemos que en la Cuba de hoy, lo único que se exporta es el éxodo humano y el hambre.
El 27 de junio, ya de regreso en suelo cubano, Díaz-Canel no perdió la oportunidad de posar para la cámara junto a su comitiva. Con una sonrisa prefabricada, agradeció a Lukashenko y al resto de los países miembros de la UEE por la “acogida fraternal”, y prometió seguir “fortaleciendo el diálogo y el intercambio”. ¿Intercambio de qué? ¿De ideas autoritarias? ¿De recetas para seguir oprimiendo?
Este viaje no dejó avances tangibles ni acuerdos que beneficien a los cubanos de a pie. Lo único que dejó claro es que el castrismo sigue aferrado a sus aliados represivos, haciendo turismo diplomático mientras en la isla el pueblo se desespera por sobrevivir otro día. El espectáculo continúa, pero cada vez menos cubanos aplauden.
