La oscuridad en Cuba ya no es solo una metáfora. En la provincia de Matanzas, la luz puede desaparecer por más de 30 horas seguidas, y lo peor es que eso se ha convertido en parte del paisaje cotidiano. Lo que antes era una molestia ocasional, hoy se vive como un castigo sistemático que no da tregua ni de día ni de noche.
Una joven cubana, Sheyla, se ha hecho eco de esta realidad en TikTok, donde muestra, sin filtros ni adornos, el drama diario de miles de familias. En sus videos se ven refrigeradores convertidos en charcos, niños tomando agua del grifo porque ya no hay ni botellas frías, y alimentos que se pierden por culpa de un sistema que no garantiza ni lo más básico.
«Todos los fríos descongelados, los alimentos echados a perder», dice con resignación. Y no es para menos: en un país donde comprar un cartón de huevos puede costar más de lo que gana un trabajador en una semana, perder comida es más que una pérdida: es una tragedia familiar.
La desesperanza tiene rostro de rutina
Sheyla lo cuenta sin dramas exagerados, pero con una tristeza que cala. Confiesa que no pudo dormir ni con ventilador recargable, y que su mamá tuvo que llevarle el desayuno a la cama porque el calor la dejó sin fuerzas. Una simple bandeja con huevos descompuestos se convierte en el símbolo de un país que ya no aguanta más.
En otra escena, la joven muestra cómo el fogón de carbón se convierte en el único aliado confiable. Ya no hay gas, ni electricidad, ni promesas creíbles. Solo queda el humo del carbón subiendo por las ventanas, mientras los cubanos intentan salvar el almuerzo con lo poco que tienen.
Y no está sola. En otras zonas del país, como muestra otra usuaria, cocinar en el suelo con carbón se ha vuelto el nuevo “modo supervivencia”. Todo esto mientras el gobierno se limita a repetir los mismos discursos, completamente ajeno a la cruda realidad de un pueblo cada vez más cansado, más empobrecido, más solo.
Consejos para resistir la miseria
Las redes se han llenado de trucos para lidiar con los apagones. Desde no guardar los huevos en el refrigerador, hasta hacer hielo en botellas plásticas para “engañar el calor” durante la madrugada. El pueblo cubano ha tenido que convertirse en experto en sobrevivencia, no por elección, sino por necesidad.
Pero lo que más abunda no son los consejos, sino la rabia contenida y el dolor compartido. Comentarios que van desde el “no tienen gobierno” hasta el “¿por qué no protestan?”, pasando por el más crudo: “porque si salen, es soga pa’l cuello”.
Otros, en tono cínico, cuestionan el estilo de vida de quienes denuncian: “Siempre se queja, pero no le falta el helado”. Como si el helado pudiera borrar 30 horas sin agua, sin luz y sin esperanza.
Cuba se queda sin energía y sin excusas
El 29 de junio marcó un nuevo récord de desastre: 1,936 megavatios de déficit, la cifra más alta del año. Con termoeléctricas fuera de servicio y sin combustible para mover los generadores, el país está entrando en un abismo energético del que no parece haber salida.
En Matanzas, los cortes ya no se miden en horas, sino en días. Y aunque el régimen insiste en hablar de paneles solares y “transformación energética”, lo cierto es que la única transformación real ha sido el deterioro total de la calidad de vida.
Incluso el propio Díaz-Canel, durante su visita a la provincia, admitió apagones de hasta 32 horas. Pero como siempre, en lugar de soluciones concretas, repitió su cantaleta de planes futuros que nunca llegan. Una retórica hueca que ya nadie se traga, y que solo sirve para maquillar una crisis que tiene al país de rodillas.
Una olla de presión a punto de estallar
La situación eléctrica en Cuba ya no es solo un problema técnico. Es una bomba social. Cada apagón prolongado erosiona un poco más la paciencia del pueblo. Cada comida perdida, cada noche sin dormir, cada niño que no entiende por qué no hay agua fría, es un recordatorio brutal del fracaso del régimen.
Y mientras los altos cargos siguen viajando en autos con aire acondicionado y repitiendo consignas desde sus oficinas climatizadas, la Cuba real arde bajo un sol implacable, sin luz, sin gas, sin futuro.
Lo que se vive en la Isla no es una “contingencia energética”, como les gusta decir. Es una crisis humanitaria, una tortura silenciosa que se repite todos los días. Y lo peor de todo es que no parece tener fin.