Una vez más, la violencia desbordada en Cuba se cobra la vida de un joven. Esta vez fue Roger Vargas, un muchacho de apenas 20 años, asesinado a puñaladas el pasado fin de semana durante un asalto en Contramaestre, Santiago de Cuba. Regresaba de una fiesta cuando fue emboscado por delincuentes que, según reportes locales, solo querían su teléfono. Un celular. Eso bastó para arrebatarle la vida.
El crimen ha dejado destrozada a su comunidad. Vecinos, amigos y conocidos inundaron las redes sociales con mensajes de dolor y rabia. “Era un chamaco alegre, trabajador, lleno de sueños”, escribió uno de sus amigos más cercanos. Pero en la Cuba de hoy, soñar cuesta caro… a veces incluso la vida.
Un país tomado por la delincuencia
Lo que pasó con Roger no es una excepción. Es parte de una espiral de violencia que ya no distingue edades ni provincias. Asaltos, robos a mano armada, asesinatos por un par de zapatos o una cabeza de ganado: la inseguridad se ha convertido en el pan nuestro de cada día.
Mientras tanto, la Policía Nacional Revolucionaria brilla por su ausencia. Hay más vigilancia para evitar un cartel en una pared que para proteger la vida de la gente. El régimen sigue aferrado a su discurso triunfalista, vendiendo una “seguridad ciudadana” que solo existe en los partes del noticiero, pero la calle es otra cosa.
La escasez, el hambre, la inflación desbocada y la falta de oportunidades están convirtiendo a Cuba en un caldo de cultivo para la criminalidad. Los jóvenes no tienen futuro, los campesinos están aterrados, y el Estado no responde. O peor aún: responde con represión política en vez de justicia real.
Crímenes brutales en el campo cubano
La muerte de Roger se suma a otro caso igual de estremecedor: Agustín Pellicer Charón, un campesino de casi 70 años, fue asesinado en su finca de Quintoque. Lo amarraron, lo torturaron y lo mataron solo para robarle 15 cabezas de ganado. Lo escondieron bajo unas tablas de madera, como si su vida no valiera nada.
¿Y qué hizo el Estado? Detuvieron a seis sospechosos, pero la mayoría fue liberada por “falta de pruebas”. El mensaje es claro: en Cuba, matar a alguien por una vaca puede salir gratis. Así se alimenta el miedo en las zonas rurales, donde la violencia va creciendo al ritmo de la desesperación.
Campesinos como Ada Lovaina ya no duermen. “Vivimos vigilando, queremos dejar todo e irnos”, dijo entre lágrimas. Porque en Cuba, trabajar la tierra se ha vuelto un riesgo de muerte, y nadie está dispuesto a protegerlos.
Santiago de Cuba: zona roja del horror
En Santiago, los números hablan por sí solos. Solo entre noviembre y diciembre del año pasado, se registraron 38 asesinatos ligados al robo de ganado. Y aunque los medios oficialistas trataron de disfrazar la situación con cifras “alentadoras” al comenzar el 2025, la realidad es otra: la violencia rural volvió con fuerza, dejando a los campesinos en total abandono.
Ni los partes de la policía, ni las cámaras de vigilancia, ni los discursos de las autoridades han logrado detener la sangría. En un país donde no hay justicia ni soluciones reales, la impunidad se ha vuelto la regla, y la vida humana, una moneda de cambio.
Cuba sangra, y el régimen calla
El caso de Roger, como el de Agustín y tantos otros que no salen en la prensa oficial, es la prueba más cruda de lo que el castrismo ha sembrado: un país descompuesto, lleno de miedo, donde la violencia se normaliza mientras el gobierno se entretiene con actos simbólicos, tarimas vacías y promesas que ya nadie cree.
Mientras los dirigentes siguen culpando al embargo o al clima, la gente en la calle solo quiere sobrevivir. Y eso, en la Cuba de hoy, ya es demasiado pedir.
El problema no son las bandas, ni la crisis mundial, ni los “enemigos externos”. El verdadero problema está en el corazón podrido de un sistema que ha fracasado rotundamente en lo más básico: proteger la vida de su gente.
Porque cuando una madre entierra a su hijo por un celular, y un campesino muere torturado por sus vacas, ya no hay “revolución” que valga. Solo queda una dictadura que se deshace mientras el país entero se desangra.