Mientras los cubanos sudan la gota gorda en medio de apagones que no tienen cuándo acabar, una madre de Pinar del Río levanta la voz con el alma en la mano: su hija, Yeilin, no puede salir del hospital porque en su casa no hay corriente suficiente para mantenerla con vida.
Sí, así de crudo. Así de triste. Así de cubano.
La pequeña Yeilin López Labrador, de apenas año y medio, sufre de Atrofia Muscular Espinal Tipo 1, una enfermedad degenerativa que la mantiene postrada, sin poder moverse, conectada las 24 horas a un ventilador mecánico. Desde los siete meses le hicieron una traqueotomía y una gastrostomía. Desde entonces, su vida ha sido una batalla constante… y no precisamente contra la enfermedad, sino contra un sistema que la tiene atrapada.
Hace ya nueve meses, los médicos le dieron el alta. Pero la alegría duró poco: en su casa, ubicada en Los Palacios, no hay garantía de electricidad. Y con apagones que superan las 24 horas, llevarla allí sería firmar una sentencia. Sin energía, el ventilador que la mantiene respirando simplemente no funciona.
La solución es tan simple como dolorosa: un panel solar con respaldo. No se pide un milagro, ni caridad, ni siquiera una operación compleja en el extranjero. Se pide lo mínimo: que le instalen una fuente de energía constante para que pueda vivir con su familia, fuera del encierro del hospital.
“No pido dinero. Solo quiero que esta publicación llegue a los que pueden hacer algo. Que se les ablande el corazón”, escribió su madre, Alianys Labrador, en una publicación que deja sin palabras.
Y tiene toda la razón cuando dice que su hija no merece pasar el resto de su vida entre cuatro paredes hospitalarias, expuesta a infecciones, bacterias, y lejos de su hogar. Porque si algo nos enseña este caso, es que en Cuba no solo se apagan los bombillos… también se apaga la esperanza.
¿Qué tan rota está una nación cuando un bebé enfermo no puede volver a su casa porque el país no garantiza ni un mínimo de electricidad estable? ¿Cuántos más tienen que pasar por esto para que el gobierno mueva un dedo?
La madre fue clara y directa: “La solución está en sus manos.” No mencionó nombres, pero todos sabemos a quiénes se refiere. A los responsables de ese aparato burocrático frío, oxidado y sordo, que vive en otro planeta, mientras la gente de a pie muere esperando una respuesta.
El caso de Yeilin no es una anécdota. Es un retrato fiel del desastre energético en Cuba, ese mismo que nos obligó a cocinar con leña, dormir sin ventilador y tirar comida podrida a la basura. Pero en su caso no se trata de comodidad: se trata de sobrevivir.
Y lo más indignante es el silencio. Ese silencio institucional que ya no sorprende, pero sigue doliendo. Porque los apagones se van, pero la indiferencia del régimen dura generaciones.
Hoy Yeilin sigue encerrada en un hospital, no por su enfermedad, sino por la ineficiencia de un sistema que no sirve ni para salvar una vida tan pequeña como la suya. Y mientras eso no cambie, Cuba seguirá siendo ese lugar donde vivir en casa se convierte en un lujo… y respirar, en un privilegio que no todos pueden pagar.