En las últimas semanas, la crisis eléctrica en Cuba ha escalado a niveles nunca vistos. No se trata ya de apagones breves o puntuales: ahora la oscuridad invade días enteros, noches y madrugadas, incluso en La Habana. Las redes sociales están repletas de testimonios desesperados, con usuarios denunciando que ya ni siquiera los hospitales, hogares ni negocios pueden depender de la corriente.
Muchos cubanos describen la situación como la peor desde el periodo especial. Con bloqueos constantes, la infraestructura de las centrales termoeléctricas se degrada a marchas forzadas. La falta de combustible agrava aún más el panorama: en varias ocasiones, la generación nacional ha caído por debajo del 50 %, dejando a casi la mitad del país sin luz simultáneamente. Usuarios han reportado apagones prolongados —en ocasiones hasta 20 horas diarias— y que los cortes se dan sin aviso, minuto tras minuto, golpeando la rutina y el ánimo de la población.
La capital, otrora refugio de las soluciones más rápidas, hoy se ve tan afectada como las provincias más remotas. Los últimos apagones nacionales —el cuarto en apenas seis meses— tuvieron su epicentro en una subestación habanera, lo que dejó a toda la capital sin electricidad durante horas, incluso tras medianoche. En muchos barrios, la gente se ve obligada a suspender trabajos, estudios y atención médica; las comidas se echan a perder y la conexión a internet desaparece junto con la corriente.
El colapso energético ha desatado un malestar social sideral. En marzo, las protestas que estallaron en el oriente del país empezaron con apagones y escasez de alimentos como detonantes. En redes, se multiplican voces compartiendo fotos de hospitales operando con linternas de celulares, vecinos fundiendo planchas al sol para cocinar y jóvenes denunciando cuántas horas han pasado sin poder cargar el celular. Algunos incluso se preguntan: “¿Hasta cuándo?”
El gobierno cubano sigue responsabilizando al “bloqueo” y el embargo estadounidense, sin embargo, los expertos advierten que la causa real es el colapso del sistema eléctrico nacional. Las termoeléctricas tienen décadas sin mantenimiento, y la dolarización selectiva para servicios básicos como internet solo agrava la crisis general. La infraestructura está en ruinas y no hay manera de sostener los motores diésel sin dinero para el combustible.
Mientras se anuncian planes solares y parches improvisados, las soluciones reales quedan a años luz y ponerse en práctica demandaría una inversión multimillonaria, algo que hoy no está al alcance del régimen. Pero detener el sistema actual para aplicar un plan eficiente es impensable para un gobierno que prefiere ocultar el desastre bajo un manto de propaganda y discurso oficial.
Las voces en redes sociales lo dicen sin tapujos: están cansados, con hambre, sin luz, sin futuro. Y lo más grave: ya casi ni pueden protestar, porque cualquier intento de manifestación independiente es reprimido con interrogatorios y amenazas, especialmente contra estudiantes y profesionales disidentes.