En plena debacle nacional, con el país cayéndose a pedazos y la gente viviendo al límite, el régimen cubano vuelve a armar su circo propagandístico, esta vez con Ciego de Ávila como centro del espectáculo. La provincia fue escogida como sede del acto central por el 26 de julio, una efeméride que, en lugar de inspirar respeto o emoción, suena más hueca que una cazuela vacía.
Lejos quedó aquel significado “histórico” que la maquinaria oficial se empeña en repetir. Hoy, la mayoría de los cubanos apenas tienen cabeza para otra cosa que no sea sobrevivir: encontrar un poco de aceite, un pan mal hecho o cruzar los dedos para que llegue la luz aunque sea un par de horas en la madrugada.
El primero en aplaudir el “honor” fue el secretario del Partido en Ciego, Julio Heriberto Gómez Casanova. En un acto transmitido por la televisión estatal —ese canal de fantasía donde todo es bonito—, el funcionario no solo celebró la designación como si fuera un Oscar, sino que, con total desparpajo, soltó que Díaz-Canel es “un ejemplo de que sí se puede vencer a los yanquis” y “construir un socialismo próspero en Cuba”.
¿Socialismo próspero? ¿En qué país vive esta gente? Porque en el Ciego real, el del pueblo, hay apagones de más de 20 horas, el pan normado solo llega a días alternos, el agua apenas corre por las tuberías, los sueldos no alcanzan ni para un paquete de galletas y los campos están secos y abandonados.
Celebraciones sin corriente y con hambre
Hace apenas dos semanas, mientras la ciudad estaba envuelta en la oscuridad, el gobierno local organizó una caravana digna de un sketch de comedia negra. Motos de la policía, carros del Estado tocando bocina como si hubiera campeonato, y gente montada en camiones agitando banderas. Todo en medio de un apagón.
Un vecino de la zona grabó la escena y la compartió. El contraste era brutal: propaganda marchando a toda velocidad mientras las casas permanecían apagadas, silenciosas, derrotadas. Puro teatro. Otra función más del show castrista, donde la escenografía es más importante que la verdad.
Y claro, Díaz-Canel no tardó en montarse en el guion. Desde su cuenta en X (antes Twitter), soltó: “¡Felicidades a Ciego de Ávila por la sede del 26 de julio! Lo ha ganado con esfuerzo, constancia y el talento de su pueblo”. Frases de manual que suenan igual en cada provincia que visitan para repetir el cuento.
Un “líder” sin batallas ganadas
Decir que Díaz-Canel ha “vencido a los yanquis” no solo es una falta de respeto a la inteligencia del cubano, sino una muestra dolorosa de cómo el discurso oficial se ha desconectado por completo de la realidad.
El actual mandatario no ha vencido a nada ni a nadie. No ha frenado el hambre, ni la inflación, ni el éxodo masivo que ha vaciado barrios enteros. Bajo su gobierno, Cuba ha tocado fondo: colapso económico, apagones diarios, hospitales sin medicinas, calles sin transporte y una represión que crece a la par del miedo.
Más de medio millón de cubanos han escapado del país solo en los últimos dos años. Las tiendas en moneda nacional están vacías, y las que venden en dólares solo sirven para recordarle al pueblo que hay una élite viviendo una realidad paralela.
“Sí se puede” —dicen desde el palco— mientras muestran sembrados falsos y campos verdes solo frente a las cámaras. Esta semana incluso llevaron la Mesa Redonda a un platanal en Ciego, como si con eso bastara para convencer a la gente de que todo va bien. Un insulto descarado para quienes ni arroz tienen en la libreta.
Una fecha convertida en bulto vacío
El 26 de julio se ha vuelto otro ritual sin alma. Para la mayoría de los cubanos, no es más que una jornada de discursos reciclados, recursos malgastados y consignas que no resuelven nada.
Pintar paredes, levantar tarimas y sacar banderas no alimenta a nadie. ¿De qué sirve el acto si las escuelas no tienen merienda, los hospitales no tienen jeringas y la gente no tiene ni con qué hervir un café? ¿Qué celebran exactamente?
La respuesta es tan simple como dolorosa: celebran una mentira. Una fachada que esconde un país al borde del colapso total. Mientras el régimen pone a Díaz-Canel en un pedestal como si fuera un héroe de epopeya, la verdadera batalla la está perdiendo todos los días: la batalla contra el hambre, la escasez, la desesperanza y el hartazgo general.