Cinco cubanos fueron hallados milagrosamente con vida después de pasar 17 días varados en un islote deshabitado de Bahamas, tras el naufragio de su embarcación en una de las travesías más desesperadas que enfrentan hoy los que huyen del infierno que es Cuba.
Según reportó la Guardia Costera de Estados Unidos (USCG), la odisea llegó a su fin cuando una tripulación aérea divisó al grupo en Anguilla Cay, un cayo solitario perdido en medio del mar, donde estos migrantes permanecieron aislados y sin asistencia durante más de dos semanas.
No se sabe cómo aguantaron tanto tiempo en ese lugar inhóspito. La Guardia Costera apenas ofreció detalles sobre su estado de salud o las condiciones en que resistieron. Lo que sí confirmaron es que fueron entregados este martes a las autoridades de Bahamas por el equipo del guardacostas Robert Yered.
El procedimiento habitual incluye darles agua, alimentos y atención médica básica antes de ser procesados. Pero sobre esta operación en particular, el silencio ha sido la norma. El comunicado oficial fue tan breve como frío.
Y como de costumbre, los migrantes cubanos que son entregados a Bahamas terminan detenidos por un tiempo indefinido, hasta que los devuelven a la isla prisión de la que escaparon. Un destino que muchos consideran peor que morir en el mar.
El éxodo cubano no se detiene, a pesar del endurecimiento de las políticas migratorias bajo el nuevo mandato de Donald Trump, que retomó el poder en enero con una mano dura que se ha dejado sentir con fuerza en las rutas migratorias del Caribe.
Solo la semana pasada, otros seis balseros cubanos fueron interceptados en aguas de Bahamas por la USCG. Y el 6 de junio, 20 cubanos más fueron rescatados en el mismo cayo, Anguilla Cay, lo que evidencia que esta zona se ha convertido en una trampa mortal para quienes huyen del hambre, la miseria y la represión en Cuba.
Las autoridades estadounidenses no se han cansado de repetir que quien sea interceptado en el mar no será admitido en territorio norteamericano. Eso significa deportación inmediata o entrega a terceros países, como Bahamas, donde los migrantes también enfrentan encierros y precariedad.
A pesar de las amenazas, la desesperación puede más. El régimen cubano sigue empujando a su gente al mar, sin que les importe cuántos se hundan por el camino. El precio de vivir con un mínimo de dignidad se paga con sangre, riesgo y dolor.
Los datos del presente año fiscal muestran una caída notable en la cantidad de balseros cubanos interceptados, en comparación con años anteriores. Según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), en mayo apenas 44 cubanos intentaron llegar a EE.UU. por mar, mientras que 97 lo hicieron por la frontera sur con México y nueve por la norte, desde Canadá.
Pero esa reducción no significa que la crisis se haya aliviado. Todo lo contrario. La represión, la inflación desbordada, la escasez crónica y la ausencia de libertades siguen empujando a miles a buscar salida como sea. Lo que ha cambiado son las rutas: cada vez más riesgosas, cada vez más vigiladas, pero también más necesarias para quienes ya no pueden soportar la vida bajo un régimen que solo ofrece miseria y silencio.
La tragedia de estos cinco cubanos en Anguilla Cay es apenas un capítulo más del drama nacional que se vive en altamar. Un pueblo cansado de sobrevivir, escapando entre las olas, mientras en La Habana los jerarcas del poder siguen disfrutando sus privilegios con total impunidad.
